Isabelle cerró la puerta detrás de ella con más fuerza de la necesaria.
El corazón le latía tan rápido que casi dolía, y la rabia se mezclaba con una tristeza insoportable.
Camille, que estaba recostada en el sillón junto a la ventana, dejó el libro que leía y la miró preocupada.
—¿Qué pasó?
Isabelle no contestó al principio. Caminó de un lado a otro, como si necesitara gastar toda la energía que la estaba consumiendo. Finalmente, se dejó caer en la cama, llevándose las manos al rostro.
—No puedo más, Camille… —su voz se quebró—. James me odia.
—No creo que…
—¡Sí lo hace! —la interrumpió, levantando la mirada con los ojos húmedos—. No me habla, me evita, y cuando por fin lo enfrento, me deja claro que… que ya no siente nada.
Traguó saliva, como si las palabras le rasgaran la garganta.
—Y lo peor es que creo que nunca me va a dejar explicar lo que sea que tenga que explicarle para que ya no me odie.
Camille se acercó, sentándose junto a ella.
—Isabelle…
—Y lueg