03

El sol se filtraba por los ventanales del salón de lectura, donde los rayos daban un tono dorado a las alfombras y las estanterías de caoba. La mansión, aún adormecida tras la intensidad de la noche anterior, parecía sostener un silencio espeso, como si nadie quisiera romperlo demasiado pronto.

Isabelle entró distraída, con un cuaderno en mano y la vista perdida entre pensamientos. Llevaba la mente enredada en el beso, en la expresión de Noah, y en algo más que no lograba definir. No había visto a nadie al cruzar el umbral, ni tampoco reparó en que James ya estaba en la sala, de espaldas, buscando un tomo antiguo en la parte baja de la biblioteca.

Un ruido suave. Un paso mal dado. El tacón se deslizó sobre el borde de la alfombra.

—¡Ah!

James giró justo cuando Isabelle tropezaba, sin tiempo para evitar lo inevitable. Ella cayó sobre él, ambos derribados en un cúmulo de brazos, cuadernos, y sorpresa.

—Perdoname… —murmuró Isabelle, intentando incorporarse con torpeza.

James soltó una pequeña risa, más por nervios que por diversión.

—Tienes una extraña manera de saludar, Isabelle.

—No te vi. Lo siento, yo…

—Tranquila, no me quejo. Aunque una advertencia habría sido agradable.

Ella se sonrojó, aún sin poder mirarlo del todo. El roce de sus brazos seguía presente, y ambos estaban demasiado cerca, demasiado en pausa.

Justo entonces, la puerta se abrió.

Noah.

La expresión en su rostro pasó del asombro al desconcierto, con una rapidez helada. Su mirada se posó en Isabelle, aún inclinada sobre James, y luego en James, cuya mano descansaba sobre el brazo de ella.

—Vaya —dijo Noah, seco—. No sabía que el club de lectura era tan… íntimo.

Isabelle se incorporó de golpe, como si la quemara el aire.

—Noah, no es lo que parece, yo...

James se puso de pie con calma, aunque sus ojos ya estaban leyendo el cambio en Noah.

—Fue un tropiezo. Literal.

Pero Noah ya estaba dando un paso atrás, como si necesitara espacio. La tensión se instaló, gruesa, como el humo de un incendio controlado.

—Supongo que todo tiene distintas formas de interpretarse —dijo Noah, antes de girarse hacia el pasillo—. Disfruten su lectura.

La puerta se cerró con un golpe suave, pero el impacto fue sordo. Isabelle se quedó allí, el cuaderno en el suelo, la piel caliente y las palabras atrapadas entre lo que fue y lo que no debió parecer.

James la miró, sin juicio. Solo con una pregunta que aún no había pronunciado.

Sin decir nada mas, James salió del salón y caminó tras Noah, no por él… sino por Isabelle. Ella se había quedado con la mirada rota, sin saber cómo reparar lo que nunca debió quebrarse.

Lo alcanzó en uno de los pasillos laterales, cerca de la sala de música. Noah estaba de espaldas, con las manos en los bolsillos, contemplando los vitrales que no decían nada, pero brillaban como si lo hicieran.

—Noah —dijo James, sin levantar la voz—. Espera.

El menor giró despacio, como si ya supiera que lo iban a interceptar.

—¿Vienes a justificar el accidente?

—No vengo por mí. Isabelle no sabía cómo hacerlo. Me pidió ayuda… porque no quiere que esto se quede así.

Noah apretó la mandíbula, respirando una vez antes de responder.

—Y tú aceptaste. Como siempre. El caballero que cruza todos los límites disfrazado de favor.

James dio un paso al frente, pero su tono se mantuvo calmo, firme.

—No crucé ningún límite. No la toqué con intención. Pero la forma en que miraste... eso dolió más que el golpe.

—¿Te dolió a ti? Qué curioso. Creí que la víctima era yo.

—Nadie está jugando a víctimas —replicó James—. Pero tú estás usando el orgullo como castigo, y eso no te queda. No cuando se trata de ella.

Noah lo observó, los ojos cristalinos, como si se debatiera entre pelear o rendirse.

—No sé qué viste tú, James. Pero lo que yo vi fue suficiente para que algo se rompa.

—¿Entonces tan frágil era?

El silencio se impuso como una sentencia. Nadie habló. Nadie se movió.

—No vine a pelear contigo —continuó James, más bajo—. Vine a decirte que me voy.

La expresión de Noah cambió, por primera vez en toda la discusión, a una mezcla de sorpresa y confusión.

—¿Te vas?

—Sí. Para que tú y ella puedan seguir sin sombras. No hay motivo para que yo esté aquí si lo único que genero es dudas.

Noah frunció el ceño, sin agresividad.

—Yo no te estoy echando. La mansión es de los dos. Nuestros padres lo dejaron claro.

James asintió, como si ya lo hubiera pensado.

—Y eso no cambia. Pero el día que te cases con Isabelle, me iré igual. No por obligación. Sino porque entenderé que ya no hay espacio para mí en esa parte de tu vida.

Noah bajó la mirada, como si el peso de esas palabras fuera mayor que cualquier golpe. El silencio volvió, esta vez más triste que tenso.

—No quiero que esto pase entre nosotros —dijo, con voz tensa—. Nunca discutimos así. Nunca tuvimos que elegir entre amor y lealtad.

James se acercó un poco más.

—No se trata de elegir. Se trata de no interferir.

—Entonces quédate. No te vayas por culpa de algo que nunca debió suceder. Yo sólo necesito tiempo... para no ver fantasmas donde hay errores.

James lo miró un momento más.

—Tómate el tiempo. Yo solo me aseguraré de que, cuando decidas verlo claro, todo esté en su sitio.

Y sin añadir nada más, se giró hacia la escalera. Noah se quedó ahí, solo frente a los vitrales, donde el sol seguía brillando sobre las grietas.

James caminaba hacia la puerta del vestíbulo con un paso controlado, su chaqueta colgada del antebrazo, el rostro sereno pero contenido. Ella lo había escuchado. Había oído la conversación, las palabras que no iban dirigidas a ella pero que la golpeaban igual.

—¿Te vas a ir sin decirme nada? —preguntó al alcanzarlo.

James se giró despacio, como si supiera que esa pregunta llegaría.

—No es lo que parece —respondió con suavidad—. Voy a salir a caminar un poco. Llamar a alguien para que venga por mí más tarde. Nada drástico.

—¿Puedo acompañarte? —sus palabras salieron sin pensar, cargadas de intención.

James la miró con una mezcla de ternura y precaución.

—Me encantaría. Pero no mientras Noah esté cerca. No quiero que se repita lo de esta mañana. Las cosas ya están tensas.

Isabelle bajó la mirada, los dedos cerrándose con nerviosismo sobre el borde de su blusa.

—¿Entonces no hay nada que yo pueda hacer para que te quedes?

James sostuvo la mirada en ella un momento largo. Luego respondió, con esa voz que siempre parecía esconder más de lo que decía.

—No. Noah es dueño de todo lo que tú conocías aquí. De los pasillos, los recuerdos, incluso de lo que eras antes de irte. Yo solo estaba… esperando que el momento correcto llegara. Y si no eres tú quien se queda, entonces yo tampoco tengo por qué seguir haciéndolo.

Isabelle sintió un escalofrío que no tenía que ver con el aire de la noche.

—¿Y a dónde vas a ir? Si él es dueño de todo esto, ¿qué te queda?

James esbozó una sonrisa leve, sin vanidad, solo revelación.

—Tengo mis propia casa. Un lugar que no tiene historia ni familia, pero sí espacio.

Ella dio un paso más, hasta quedar frente a él, los ojos fijos en los suyos.

—Y yo... ¿soy parte de ese espacio?

James no respondió con palabras. Tomó su mano con delicadeza, la llevó a sus labios, y la besó con la calma de alguien que nunca se apresura, pero tampoco miente.

—Cuando me necesites —dijo, apenas encima del susurro—, estaré. No importa el lugar. No importa la hora.

Ella no soltó su mano, no aún.

Pero James ya se estaba separando, sacando su teléfono del bolsillo del pantalón mientras cruzaba el umbral, la brisa moviéndole el cabello, la despedida silente empujando la noche hacia lo inevitable.

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