04

El bar tenía el tipo de luz que favorece secretos y miradas largas. Sofisticado, exclusivo, y discreto, escondido entre las avenidas más viejas de York. James Moore había llegado con dos amigos de siempre: Oliver Lancaster y Theo Whitmore. Ambos herederos de familias antiguas, con dinero suficiente para figurar en los círculos correctos, pero no en las decisiones que mueven la ciudad como los Moore.

James vestía impecable. Camisa de lino negro, pantalones ajustados, reloj sin pretensiones. Mientras hablaba con Oliver sobre una transacción de arte, notó una silueta familiar en una de las mesas al fondo.

Celeste, recostada con elegancia sobre el brazo de Noah, reía con un gesto ensayado. Noah, con la camisa abierta un botón más de lo necesario, levantaba su copa entre bromas con sus propios acompañantes: Evan Delacroix y Marcus Saavedra.

James se acercó. No con hostilidad, pero sí con el tipo de seguridad que le permitía cruzar cualquier sala sin pedir permiso.

—Noah —saludó, sin mirar a Celeste—. ¿Y Belly?

Noah levantó la vista, sin sorpresa.

—No le avisé que vendría. Tampoco tenía por qué hacerlo.

James inclinó la cabeza, firme pero tranquilo.

—Tal vez no. Pero no parece correcto que estés aquí, tan cómodo con Celeste, sabiendo que tienes un compromiso público con Isabelle.

Noah sonrió de lado. Un gesto que no llegaba a los ojos.

—Nuestros padres anunciaron ese compromiso. Yo no le he dado ningún anillo.

James se acercó un paso más.

—Te guste o no, vas a tener que hacerlo. Esta ciudad ya tomó nota, y tú no controlas todo lo que se dice… ni lo que se espera.

Noah giró hacia él, la sonrisa apenas afilada.

—¿Quieres que lo arregle? bien. Lo haré ahora mismo. Para que no te preocupes.

Sacó su teléfono y buscó el contacto de Isabelle. Llamó. La voz de ella respondió casi de inmediato.

—¿Noah?

—Estoy en el bar D’Alençon. Ven. Sería bueno que estés aquí conmigo.

Hubo una pequeña pausa del otro lado. Luego, la respuesta:

—Claro. No tardo.

James se sentó en speakeasy sin añadir nada más. Y desde lejos invitó a la mesa a Oliver y Theo que se acercaron con copas llenas, y se sentaron en el espacio reservado, rodeados ahora por Noah, sus amigos, Celeste… y un silencio que solo se rompería con la llegada de ella.

Isabelle entró veinte minutos después, vestida con un conjunto azul oscuro, cabello suelto, pasos decididos. Al cruzar la puerta, los ojos de todos se giraron hacia ella.

Celeste estaba muy cerca de Noah, una mano reposaba en su brazo, la sonrisa afilada como daga. Isabelle lo notó. Cada movimiento se grabó sin esfuerzo.

Noah se levantó al verla, extendiendo una mano que ella tomó con control absoluto.

—Isabelle —dijo—. Quiero que conozcas a Evan y Marcus. Viejos amigos. Isabelle Hartley, una amiga de toda la vida.

El silencio fue breve. James tomó su copa y habló sin elevar la voz.

—Y también su futura esposa.

Los rostros cambiaron. Las dos mujeres al otro lado de la sala, que minutos antes competían por la atención de Noah con comentarios agudos y copas largas, se levantaron sin una palabra y se retiraron. Marcus levantó las cejas. Evan se reclinó hacia atrás.

Noah miró a James, el gesto neutro.

—Gracias, hermano.

Pero no agradecía.

Entonces giró hacia el resto.

—Sí. Isabelle será mi esposa. Por acuerdo de nuestros padres.

Ese comentario cayó como plomo. Isabelle lo sintió más que ninguno. La sonrisa controlada se desvaneció un segundo. No por la exposición, sino por la verdad que se escurría en esas palabras.

No fue "mi elección".

No fue "mi amor".

Fue "acuerdo".

James la miró sin decir nada más. Pero sus ojos ya lo habían entendido todo.

—¿Es en serio lo que dijiste? —preguntó a Noah, sin dramatismo, solo con ese tono calmo que usaba cuando algo le dolía de verdad—. ¿Un acuerdo entre nuestros padres? ¿Eso es todo lo que soy para ti ahora?

Noah sostuvo su mirada. Parecía incómodo, pero no huyó.

—No quise sonar así —dijo—. Isabelle, yo te amo. Lo sabes.

—¿Lo sé?

—Quiero todo contigo… excepto la exclusividad.

Las palabras flotaron en el aire como humo espeso. Isabelle entrecerró los ojos. Estaba buscando en él algo que confirmara que era una broma. No lo encontró.

—¿Un matrimonio abierto? —repitió, queriendo entender.

—Sí —respondió Noah—. No quiero que nos encerremos en algo que ninguno de los dos pidió. Pero quiero que estemos juntos.

Isabelle bajó la mirada un momento, luego volvió a alzarse.

—No sabrías cómo manejar algo así, Noah. No se trata solo de estar de acuerdo. Hay que tener respeto, madurez… equilibrio.

—Puedo aprender —dijo él, firme—. Estoy dispuesto.

Eso último no sonaba como una promesa, sino como una concesión.

Isabelle pensó en su padre. En los días antes de ese viaje. En cómo se hablaba del futuro de la familia, de los negocios, del legado. "Con los Moore nunca se negocia sin compromiso", había dicho él.

Y ahí estaba, negociando con el corazón. Aceptando por deber lo que el alma dudaba.

—Está bien —dijo, apenas audible—.

Y sin mirar a Celeste ni a James, se giró y se sentó junto a Marcus. El amigo de Noah le ofreció la copa que tenía en la mano. Ella la tomó. Sabía que esa noche sería larga. Y que la historia apenas comenzaba.

El reservado del bar era amplio, cerrado por cortinas de terciopelo y decorado con madera oscura y velas sobre cristal. Isabelle se había acomodado entre los amigos de Noah y los de James, una copa a medio terminar en la mano, el aire cargado de bromas, risas y perfume caro.

Theo, uno de los amigos de James, se inclinó sobre la mesa.

—¿Alguien sabe dónde se metió James? —preguntó, mirando en dirección a la entrada.

Oliver soltó una carcajada suave.

—Probablemente encontró alguna musa entre las copas. Ya sabes cómo es, a veces se divierte de formas silenciosas.

Isabelle fingió sonreír, pero el nudo en el estómago le apretó más de la cuenta. Celos. Inevitables. ¿Por qué? ¿Qué derecho tenía? Se sirvió del impulso y tomó la copa que estaba más cerca, pensando que era la que ella había puesto antes en la mesa y la terminó de un solo trago.

Evan, el amigo de Noah, alzó una ceja.

—Esa no era tu copa.

Isabelle se encogió de hombros con elegancia.

—Aquí parece que se comparte más que una simple bebida. No pensé que fuera problema.

Marcus soltó una risa baja.

—No lo es. Aunque esa tenía destino… especial. Íbamos a hacer una broma con ella.

Isabelle frunció el ceño.

—¿Qué había en esa copa?

Evan evitó su mirada. Marcus se levantó, terminando su whisky de una sentada.

—Mejor olvídalo. Espero que lo que hayas tomado te mantenga entretenida esta noche.

Ambos se alejaron entre risas contenidas. Isabelle los siguió con la mirada, y entonces comenzó a sentirlo: calor en la nuca, el cuerpo más sensible, el corazón acelerado sin motivo. Algo no estaba bien.

Se levantó. Buscó a Noah entre los reservados, caminó por el bar. Nada.

Sacó su teléfono. Llamó. Buzón.

Fue entonces que lo vio.

James estaba unos metros más allá, de pie cerca de una columna decorada, acompañado por una mujer rubia, delgada, vestido corto y sonrisa encantada. Ella tocaba su brazo. Él no la apartaba. Se inclinaba con familiaridad. Cuando sus rostros se acercaron, Isabelle apretó el paso.

—James —dijo, alto y claro.

Él giró al instante. No soltó a la mujer, pero se quedó mirando.

—¿Necesitas algo?

Isabelle tragó saliva, el corazón golpeando el pecho.

—Sí. Quiero irme. No encuentro a Noah. Lo he buscado por todas partes.

James frunció el ceño, deslizando la mano fuera del contacto de la rubia.

—¿Intentaste llamarlo?

—Me manda directo a buzón.

James miró a la mujer, luego a Isabelle. La decisión fue inmediata.

—Perdón —dijo a la rubia, con calma—. Me tengo que ir.

La mujer no preguntó. No se enojó. Solo asintió y se alejó despacio.

James volvió a Isabelle.

—Vamos. Te llevo.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP