02

Las copas tintineaban suavemente mientras Noah y James bebían juntos en el rincón del salón principal. A su alrededor, los invitados charlaban con tonos agradables, como si el anuncio del compromiso hubiese deslizado una capa de armonía sobre la velada. Pero entre ellos, la calma era apenas una superficie pulida.

—No es mala idea —repitió James, tomando un sorbo lento—. Aunque no estoy seguro de que el whisky cure el tipo de vértigo que este compromiso provoca.

Noah soltó una risa breve, pero su mirada vagaba hacia la entrada del salón. Fue entonces que Isabelle apareció entre los invitados, caminando con una elegancia casi inconsciente, como si su lugar estuviera escrito en los muros de la mansión. Vestía de azul profundo, con los hombros al descubierto y una mirada que no buscaba elogios, pero los arrastraba igual.

James se irguió, el vaso aún en la mano. Noah también la vio, más serio ahora, como si se diera cuenta de que ni el licor ni las paredes del lugar podían neutralizar lo que su presencia provocaba.

—Belly —susurró James, sin pensar, justo cuando ella llegaba a ellos.

Isabelle sonrió con suavidad. Aquel apodo la tocaba distinto, le recordaba quién era antes de todo esto.

—Están escondiéndose del resto —comentó con tono ligero.

—Es protección estratégica —respondió él—. Hay cosas que la familia no sabe cómo digerir si se dicen en voz alta.

James no apartaba la mirada de ella. El azul de su vestido, la forma en que sus clavículas parecían hechas para atrapar miradas, el aire que traía, distinto al resto. Él no lo decía, pero cada parte de él estaba intentando no actuar.

Noah, por su parte, se giró un poco hacia ella, más cerca que antes. Su mano rozó la suya al entregarle la copa, pero fue el roce de las miradas lo que encendió una tensión sutil.

—¿Te sientes bien con todo esto? —preguntó Noah.

—No lo sé —admitió Isabelle—. Me siento observada. Como si todos esperaran que me convirtiera en algo que aún no soy.

James soltó una ligera risa, apenas audible.

—Ellos no saben que ya lo eres. Solo que no te reconocen.

Noah miró a James con un gesto leve, no desafiante, pero sí incómodo. Isabelle lo notó. Y sin quererlo, su presencia había construido un triángulo invisible.

El silencio fue breve, pero suficiente. James tragó el whisky despacio. El impulso de acercarse, de inclinarse apenas, de rozar sus labios como quien busca certeza, estuvo ahí. Como tantas veces. Pero no lo hizo.

—Brindemos entonces —dijo Noah—. Por lo que está por venir.

James levantó su vaso.

—Y por lo que aún no se dice.

La copa se alzó entre los tres. La música seguía envolviendo la noche, pero todo en ese rincón se había estrechado. Era como si el aire supiera que allí se jugaba algo más que brindis.

Isabelle tomó el vaso que Noah le ofrecía, sus dedos rozando los de él con naturalidad. La cercanía entre ambos era una coreografía apenas contenida. Él la miró con intensidad, como si sus ojos le pidieran permiso para romper algo… o para construirlo.

James observaba en silencio. Su mano apretaba el cristal del vaso con una calma fingida, mientras sus ojos trazaban la curva del cuello de Isabelle, la línea de su sonrisa, la chispa que sólo él sabía ue había cuando la llamaba "Belly".

Noah dio un paso más hacia ella. El gesto fue instintivo. Casi imperceptible. Sus labios se movieron apenas, como si el impulso de besarla fuera una nota que no había podido esconder bajo la melodía del salón.

Isabelle lo miró, expectante, sin moverse. Noah sostuvo la mirada… y no se contuvo.

—De cualquier forma, ya eres mía —susurró, con tono grave, más para sí que para ella y la besó. Isabelle no se apartó, permitió que Noah la besara.

James bajó la vista, como si en ese momento su copa no bastara para diluir la sensación que lo atravesaba. El dolor era elegante, silencioso, pero real. Verla allí, tan cerca de Noah, besándolo, tan lejos de lo que podría haber sido…

Isabelle rompió el beso y volvió la mirada hacia él, recordando que estaba ahí.

—¿Estás bien?

James sonrió apenas. No con alegría, sino con cortesía.

—Siempre que tú lo estés, Belly.

Ella sintió el peso de esa palabra. Sabía que ese nombre no cruzaba otros labios. Que James lo había guardado como un amuleto sin pedir permiso.

Noah giró hacia el centro del salón, llamando la atención de un primo que se acercaba. Isabelle quedó unos segundos entre los dos, como si el corazón se le dividiera en miradas.

Pero el brindis había pasado, y la noche no iba a detenerse.

***

Los pasillos de la mansión habían comenzado a vaciarse poco a poco, con los invitados retirándose hacia las salas privadas o al jardín trasero, donde la música aún flotaba entre copas y conversaciones cortas. James caminaba hacia la galería que daba al ala sur, buscando un momento de silencio después del brindis.

Pero la tranquilidad no lo esperaba.

Celeste apareció desde el salón contiguo, con una copa en mano y una sonrisa que no era del todo falsa. El vestido verde oscuro resaltaba contra la luz tenue del pasillo, y sus ojos ya lo habían leído antes de hablar.

—Vaya escena la que presenciamos —comentó, sin detenerse—. Sabes que eso de que se besen en tu cara... pasará muy seguido ¿verdad?

James la miró de reojo, sin detener el paso.

—Pensé que no eras del tipo que comenta lo evidente.

—No suelo hacerlo —respondió ella, alcanzándolo—. Pero es que pocas veces tengo la oportunidad de ver a Noah besar a alguien sin esconderse. Y menos justo frente a ti.

James se detuvo finalmente, girando con calma.

—Y tú estabas donde siempre. Observando.

Celeste rió, el sonido seco pero suave.

—No me culpes por tener buena vista. Además, yo solo vi lo que tú ya sabías que iba a pasar.

James sostuvo su mirada sin perder control.

—Ver no significa entender. Tú disfrutas las grietas que se forman, pero nunca preguntas qué las provoca.

—No necesito preguntar —dijo ella, dando un paso más cerca—. Sé que no fue solo el brindis lo que te dolió. Fue verla elegirlo. Otra vez.

James apretó la mandíbula suavemente, pero su voz no subió.

—El amor no siempre se trata de elecciones. A veces se trata de paciencia. De saber cuándo estar... sin pedir.

Celeste bajó la copa, jugando con el borde.

—Y ¿cuánto tiempo planeas estar ahí? ¿Observando mientras Noah la besa, mientras ella se convence de que esto es suficiente?

James alzó las cejas, sin enojo.

—Noah tiene el compromiso. Pero no tiene todo lo demás. Y eso es lo que nunca aprendiste.

Celeste dejó de sonreír.

—¿Y tú? ¿Has aprendido a vivir con ese pedazo de vacío?

James la miró con una tristeza que no se disfrazaba.

—No se vive con el vacío, Celeste. Se aprende a convertirlo en respeto. Y por eso, aunque tú sigas jugando al control… yo seguiré donde debo estar.

Ella lo observó un instante más, como si buscara un hueco por donde colarse. Pero James ya estaba lejos, incluso parado frente a ella.

—Hasta que ella deje de mirar hacia otro lado —dijo en voz baja.

—Hasta que sea ella quien decida mirar bien —respondió él, girando hacia el pasillo que llevaba a la biblioteca.

Celeste se quedó allí, sola con su copa, el eco del beso flotando en el aire, y el nuevo reto palpitando bajo la piel.

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