Zeynep estaba sentada en el sofá, meciendo suavemente al bebé mientras le daba el biberón.
La casa estaba en silencio; apenas se escuchaba el suave murmullo del televisor encendido en volumen bajo. Afuera comenzaba a oscurecer, y la lluvia golpeaba con suavidad los cristales del ventanal.
De pronto, escuchó el sonido de la puerta abriéndose.
El corazón le dio un pequeño vuelco, pero no dijo nada.
Kerim entró, dejando las llaves en el recibidor. Llevaba el abrigo ligeramente húmedo, y en su rostro se notaba el cansancio de un día largo. Caminó hasta la sala, donde la luz cálida del velador bañaba a Zeynep y al bebé en un aura dorada.
—Buenas noches —dijo él, con voz serena.
Zeynep no lo miró. Solo respondió sin emoción:
—Buenas noches.
Kerim asintió y siguió su camino hacia la cocina. Abrió la nevera, notó que no había nada a la vista y frunció el ceño.
—¿Quieres que ordene algo? —preguntó, sin mirarla.
Zeynep se levantó con el bebé en brazos.
—No te preocupes —dijo—. La cena está en e