El silencio en el apartamento era espeso, casi doloroso.
Zeynep estaba sentada en la cama, con el bebé dormido entre sus brazos, acunándolo con ternura. Afuera, la tarde se deslizaba lenta, arrastrando con ella un aire de nostalgia.
De pronto, el timbre de la puerta rompió aquella calma.
Zeynep se sobresaltó. Su corazón comenzó a latir con fuerza. Caminó hasta la sala con el pequeño aún en brazos y abrió la puerta con cautela.
Frente a ella estaba Abram, con esa sonrisa suya que nunca sabía si era de cortesía o de amenaza.
—¿Qué haces aquí, Abram? —preguntó con voz tensa.
Él se apoyó con naturalidad en el marco de la puerta, mirándola con calma.
—Tranquila, Zeynep. Vi cuando Kerim salió y pensé que era un buen momento para venir.
Zeynep frunció el ceño.
—¿Vienes por el dinero, cierto?
—Ya sabes que sí —respondió él con una media sonrisa—. No me gusta perder el tiempo.
Ella suspiró y abrió la puerta del todo.
—Pasa, pero habla bajo. El bebé está dormido.
Abram entró, observando cada ri