El día amaneció tranquilo.
Zeynep despertó temprano, con la luz dorada del amanecer colándose entre las cortinas. En la cuna, el bebé dormía plácido, respirando con esa calma que solo los niños poseen. Kerim se preparaba en silencio para ir al trabajo; el sonido de sus pasos, el roce del reloj en su muñeca y el eco de la puerta al cerrarse fueron lo único que rompió la paz de aquella mañana.
Zeynep se quedó unos minutos mirando la puerta cerrada, hasta que una sonrisa se dibujó en sus labios.
Hoy sería un día especial.
Era la primera vez que recibirían invitados en casa; los amigos de Kerim conocerían al bebé, y aunque entre ellos reinara el silencio, ella deseaba que todo saliera perfecto. Quizás —solo quizás— aquella reunión pudiera suavizar las cosas entre ellos.
El bebé comenzó a moverse en la cuna, y Zeynep se acercó de inmediato.
—Buenos días, mi amor —susurró, levantándolo con ternura—. Hoy será un día espléndido, ya verás.
Pasó la mañana organizando cada detalle. Preparó bocad