Emir entró a la casa junto a Sofía. Cerró la puerta con un suspiro y dejó las llaves sobre la mesa del recibidor.
—Quédate aquí, en la sala —le dijo con voz suave, sin mirarla directamente.
Sofía asintió y se sentó en el sofá, algo nerviosa. Era una casa enorme, elegante, llena de retratos familiares, lámparas doradas y el aroma de flores frescas.
Todo le resultaba nuevo, casi ajeno.
En ese momento, Ariel, la esposa de Emir, bajaba las escaleras con su pequeña hija Melody.
—¡Papá! —exclamó la niña con alegría al verlo—. ¡Papá, mira mi muñeca nueva!
Emir sonrió levemente y se inclinó para abrazarla.
—Ven acá, mi princesa.
Le dio un beso en la frente y la cargó por unos segundos, intentando aparentar normalidad, aunque su mente estaba lejos.
Ariel, observando aquella escena, notó a la chica desconocida sentada en la sala.
Frunció el ceño y se acercó lentamente, con una sonrisa cortés.
—¿Y ella quién es? —preguntó mirando a su esposo y luego a Sofía.
Sofía se levantó tímidamente, extendi