El sonido de la puerta resonó en el amplio recibidor de la mansión.
Baruk entró primero, seguido por Emir, y detrás de ellos caminaba una joven de rostro dulce, mirada curiosa y apenas quince años.
Su cabello castaño caía en suaves ondas sobre los hombros, y sus ojos se movían de un rincón a otro, admirando cada detalle de aquella casa que, sin saberlo, estaba a punto de dividir.
Desde la cocina llegaba el aroma del guiso que preparaba Selim, la esposa de Baruk.
Ella tarareaba una melodía mientras revolvía la sopa, sin imaginar que en cuestión de segundos su vida iba a cambiar.
Baruk se aclaró la garganta, nervioso.
—Hija… compórtate, ¿de acuerdo? —susurró a Sofía, intentando disimular su ansiedad.
—Sí, papá —respondió la muchacha con una sonrisa inocente—. ¿Esa es tu esposa?
Baruk asintió sin responder.
En ese instante, Selim apareció en la puerta de la cocina, secándose las manos con un paño.
—¿Baruk? —preguntó con una sonrisa al verlo—. No te esperaba tan temprano. ¿Y Emir? —dijo m