Kerim subió los últimos escalones con paso firme, el sonido de sus zapatos resonando en el pasillo silencioso. Se detuvo frente a la puerta del apartamento y respiró hondo antes de tocar. Había una mezcla de tensión y determinación en su rostro. No estaba allí por amor, ni por deseo… Estaba allí para cerrar un ciclo.
Dentro del apartamento, Azra estaba sentada en el sofá, hablando con su amigo Abram. Él la observaba con curiosidad, notando la inquietud que se reflejaba en su rostro.
—¿A quién esperas? —preguntó Abram, tomando un sorbo de café.
Azra levantó la vista, algo nerviosa, y disimuló.
—A nadie —respondió con un tono molesto—. No espero a nadie, solo estoy cansada.
El timbre volvió a sonar, insistente. Ella frunció el ceño.
—Iré a ver quién es —dijo, levantándose del sofá con paso apresurado.
Cuando abrió la puerta, se quedó helada.
Allí estaba Kerim, de pie frente a ella, con su porte elegante, los ojos serios y un aire de distancia que le heló el alma.
—Kerim… —susurró, con u