Zeynep permanecía sentada junto a la ventana del cafetín, el café frío entre sus manos, la mirada perdida en los movimientos de la calle. Había pasado demasiado tiempo allí, repasando en su mente cada palabra, cada gesto de Kerim, intentando entender en qué momento la vida se le había escapado de las manos. De repente, lo vio salir del edificio de enfrente. Su corazón se aceleró, sus pensamientos se atropellaron. Sintió un nudo en el estómago y la respiración agitada. ¿Qué hacía allí? ¿Qué haría ella? No podía quedarse quieta, debía saber la verdad.
Llamó al mesero con un gesto nervioso, pidió la cuenta y pagó a toda prisa. Tomó su bolso, se puso de pie y, al salir del cafetín, intentó calmarse, repitiéndose en silencio: Tranquila, Zeynep. No pierdas la cabeza. ¿Qué piensas hacer? Sabía que tenía que averiguarlo todo, que ya no podía seguir ignorando lo que sucedía. Seguro ella le contó sobre su embarazo, pensó, y sintió una punzada de rabia y miedo.
El frío de la tarde le azotó el ro