Kerim salió de la habitación. Se había duchado y traía consigo una cobija y una almohada. Caminó hacia la sala en silencio, pero al llegar, vio a Zeynep recogiendo los platos y tirando las cosas con evidente molestia.
Se detuvo un momento, observándola. Había rabia en sus movimientos, una furia contenida que se notaba en la manera en que colocaba cada objeto sobre la mesa.
—¿Sucede algo? —preguntó con voz firme.
Zeynep se sobresaltó al escucharlo y se giró de inmediato.
—No… nada —respondió, bajando la mirada—. Solo estoy acomodando todo esto.
Kerim la miró unos segundos más, intentando descifrar qué pasaba por su mente. Luego suspiró, con cierto cansancio en el rostro.
—Deja ya todo así —dijo con voz baja—. Vete a dormir, por favor.
Ella asintió despacio, aunque no se movió de inmediato. Lo observó mientras él se acercaba al sofá y dejaba la cobija y la almohada sobre él. Kerim se acomodó con calma, dispuesto a dormir allí.
Zeynep no pudo evitar quedarse mirándolo. La luz tenue del