Zeynep caminó hacia su habitación con paso decidido. A pesar de todo lo que había ocurrido esa mañana, no estaba dispuesta a quedarse en casa lamentándose. Abrió el armario y comenzó a revisar su ropa hasta encontrar uno de sus mejores conjuntos: una falda elegante color crema, una blusa de seda que resaltaba su figura y un abrigo largo que la hacía lucir sofisticada.
Frente al espejo, se colocó unos lentes oscuros y dejó que su cabello cayera con naturalidad sobre los hombros. Se miró detenidamente, y una sonrisa leve se dibujó en sus labios.
—Bien —susurró—, hoy empieza mi primer día aquí. A disfrutar de esta maravillosa ciudad.
Tomó su bolso, cerró la puerta del apartamento y bajó por el ascensor. Cuando salió a la calle, el aire fresco de la mañana acarició su rostro. La ciudad era vibrante, llena de movimiento y vida. Autos, risas, pasos, vitrinas iluminadas… todo le parecía fascinante.
Mientras caminaba, notó cómo algunos hombres la miraban con admiración. Algunos sonreían discr