Kerim tomó su abrigo con gesto impaciente. El silencio del apartamento pesaba tanto que casi podía oír el tic-tac del reloj marcando la distancia entre ellos. Se disponía a salir cuando, de pronto, el teléfono comenzó a sonar.
El sonido llenó el aire como un recordatorio de la realidad que ambos querían evitar.
Zeynep lo miró. Kerim, desde la puerta, se giró apenas, cruzando su mirada con la de ella. No dijo nada, pero sus ojos fríos bastaron para que ella entendiera que no debía responder esa llamada.
Sin embargo, Zeynep respiró hondo, se levantó del sofá y caminó hacia el teléfono.
—¿Aló? —dijo con voz temblorosa.
Una voz grave y paternal respondió del otro lado.
—Zeynep, hija, ¿cómo estás?
Su corazón se ablandó de inmediato. Aquella voz le traía recuerdos de su infancia, de la promesa que su padrino Burak Seller —el padre de Kerim— le había hecho a su difunto padre.
—Hola, padrino… estoy bien, gracias a Dios —respondió, intentando sonar alegre.
Kerim, que aún no había salido, se de