La mesa pequeña y desgastada de la cocina, donde Zeynep y Emma solían hacer sus tareas escolares, ahora albergaba los platos vacíos del almuerzo. La comida, sencilla pero deliciosa, había sido un pretexto para la tregua, obligando a Zeynep y Kerim a una conversación trivial mientras Emma observaba sus rostros tensos.
Al terminar, Emma recogió los platos con un aire de finalidad.
—Bueno —dijo Emma, secándose las manos con el delantal—. Yo tengo que salir a comprar algunas cosas que me hicieron falta para rellenar la despensa. Es mejor ir ahora que hay menos gente. Los dejo.
Miró a Zeynep, con una mirada de apoyo que le decía: Es hora. Habla con él.
—Está bien, hermana —dijo Zeynep, entendiendo el gesto.
—No tardes —añadió Zeynep, aunque sabía que Emma le daría todo el tiempo del mundo.
Emma tomó su abrigo, le dedicó una última sonrisa tranquilizadora a su hermana y salió, cerrando la puerta con un clic suave que resonó como una alarma en la pequeña casa. Kerim y Zeynep quedaron solos,