La Revelación en la Oscuridad
Carlos no dejaba de mirarla. Ya no era una mirada de negocios, ni siquiera de cortesía. Era una mirada de lujuria y posesión. La miraba como si fuera una propiedad que había perdido y acababa de reencontrar.
Ariel, sentada en el sofá con su taza de té intacta, observaba la escena con la precisión de un francotirador. No miraba a Zeynep, miraba a Carlos. Conocía a los hombres como él: depredadores. Y conocía esa mirada.
«Este hombre conoce a Zeynep de algún lado», pensó Ariel, una sonrisa pequeña formándose en sus labios. «No es solo atracción. Hay historia ahí. Su mirada lo delata. Y el miedo de Zeynep... huele a pánico».
Carlos rompió la tensión con una risa suave.
—Bueno —dijo él, aceptando su victoria parcial—. Usted es muy generosa, señora Zeynep. Pocas personas rechazan una oportunidad así por lealtad. Entonces, no se hable más del asunto. Seguiré a cargo, Baruk.
—Si así lo quiere ella... —Baruk se encogió de hombros, decepcionado pero resignado—. Tú