Cada uno ellos tiene un motivo en ese restaurante, pero la lluvia y el novio que nunca llega, hacen que sus mundos se encuentren. Desde allí, Olivia y Carlos establecen un patrón de conducta bajo la mesa y otro poderoso sobre la cama. No saben de sus vidas, no conocen apellidos, no saben a qué se dedican, cómo han adquirido lo que tienen y mucho menos, si tienen a alguien esperando en casa. Tampoco se envían mensajes, no se llaman, solo lanzan sobre el colchón que la próxima vez, a una hora y bajo una se verán en La Napolitana.
Leer másNANCY
Me encanta observar, soy una observadora nata. Algunas personas le llaman a esto “ser voyerista”, pero no quiero meterme con términos que no conozco bien.
Mi gusto por la observación comenzó desde el momento en el que fui consciente de que mi familia era dueña de lugares dedicados a la atención al público. Supe desde niña que teníamos propiedades, sobre todo restaurantes, por varias partes de la ciudad. Precisamente el lugar donde me encuentro en este momento es de ellos, de mis abuelos, quienes fueron dueños del restaurante La Napolitana y por sucesión, les tocó a mis padres llevar las riendas. Por consiguiente, de la misma forma me tocó a mí esta especie de suerte.
Después de cumplir mis treinta años, me convertí en una de las propietarias y también administradora del restaurant, una de esas personas que siempre está allí para que todo funcione bien, intentando conseguir la perfección en su funcionamiento. Pero aprendí desde pequeña que no todo es perfecto.
Es desde aquí, desde una de mis mesas favoritas del sitio en cuestión, donde me fascina observar. Siempre trato de, disimuladamente, mirar a los comensales. Me encanta ver cómo esa cantidad de personas que no se ven completamente a la luz del día, suelen encontrarse justo aquí. La ciudad de Maracaibo alberga en su cotidianidad, personalidades variopintas, gustosamente anhelantes, odiadas o imperfectas, que hacen vida en una calurosa ciudad al occidente del país. Y acompañándolas, sobre todo a ese marcado dialecto único de esta tierra, otras nacionalidades, costumbres y acentos, en mi restaurante, uniéndose y mezclándose, mencionando también a profesiones diversas, distintos motivos de encuentro, todo en un mismo lugar.
Por supuesto, siempre hay un límite, ya que se supone que durante el día, La Napolitana es un sitio familiar. Sin embargo y como es lo normal, en la noche suelen cambiar las cosas. Son muy pocas las familias que vienen a comer aquí en horas nocturnas. Yo los dejo entrar, pues, el resto de la gente nunca suele dejarse ver, sus razones de estar o ser quienes son, son datos que por seguridad mantienen ocultos. Uno puede ver en una mesa a dos hombres y cuatro mujeres, reunidos allí como si fueran todos amigos, pero si escudriñamos entre ellos, lo que hacen allí quizás resulte tener una razón un tanto… ilícita. Mientras, en la mesa de al lado, podremos encontrar una familia con dos niños de doce o trece años, y unos padres felices de compartir esa salida, ajenos a lo que sucede a su alrededor. Cada quien vive su momento, cada mesa es una vida.
Desde hace un buen tiempo para acá, he tenido la oportunidad de tener entre esas personas, como cliente habitual, a Carlos Malaver, un marabino muy interesante, de buen físico, con esa mirada de loco y ese misterio a rabiar, siendo uno de los contadores más aguerridos y solicitados de toda la ciudad.
Observo a Malaver desde que entró por primera vez a mi local, y desde que supe que hacía negocio en mis mesas. Y lo seguí observando luego de rechazar una de mis propuestas de inversión. Más adelante, seguí, con disimulo, mirándole y detallando sus formas de actuar, de acabar con oponentes o cerrar tratos con clientes. Lo mandé a investigar y aunque no me interesara de ese modo, supe que no tenía mujer y que jamás se había casado. Pero no imaginaba jamás ser testigo de él siendo observador. Y sí, vi perfecto el momento en el que él puso sus ojos encima de una mujer que un día de lluvia quedó sola en una de mis mesas. Y para mi placer, vi cómo desde entonces, ambos, comenzaron a seguir un patrón de conducta, encontrándose un día a la semana, bebiendo y comiendo poco, apurados por salir de aquí.
Debo decir que ella es absolutamente hermosa, entiendo perfecto el porqué él se acercó a ella aquella vez, y los empecé a observar con mayor diversión. Describiéndola un poco, el rostro de ella tiene una especie de tristeza muy particular, sin embargo, cuando ella mira al contador, la expresión le cambia por completo, su cara es otra. Y también cambia para él cuando la observa, esa dura mirada que él posee se transforma por completo al tenerla en su radar. Es como si una huelga interna se volviera tregua cuando está con ella.
Rayos…, quisiera saber más, quiero saber de qué hablan, si hablan; qué piensan uno del otro, si lo hacen. No sé cuántas noches de viernes llevan encontrándose, tal vez cuatro o cinco cenas. Desde la primera sigo aquí, en esta mesa, desde donde ahora la observo, esperándolo, sin ella saber que ya él ya ha llegado, y que la está mirando. Para esta noche, la mujer lleva puesto un vestido blanco impoluto y seductor. Lo volverá loco, él sé lo hará pedazos.
Pero antes de dejar que se acerquen, aprovecharé esa mirada odiosa y emocionada que él tiene para acercarme a ella y conocerla un poco. No me importa lo que él haga, no me importa si le gusta. Confesando que disfrutaré que él mire, podré al menos saber cómo es la mujer que logró conquistar a un hombre como Carlos Malaver.
OLIVIA
Cuatro cenas antes…
Nunca antes había pensado en lo que una sola mirada y todo lo que ella arrastra en la distancia, haría verme a mí misma como en un espejo único. Afirmo que la vida que solemos llevar bajo un vestido y algún tacón alto, no es más que sensaciones en ida y vuelta sobre calles observadoras de movimientos latentes, sencillos… Mejor dejo los putos rodeos.
Me sentía como una mujer simple, muy simple, antes de que esos redondos ojos negros se dirigieran a mí en aquel restaurante, el cual guardaba un pequeño grupo de personas esperando que la noche acabara bien. Tratando de convencerme de que mi cita no llegaría, de que una vez más sería la mujer embarcada de Maracaibo, de esa forma tan sencilla que yo misma me catalogaba, él miró mi mesa, vio lo que había allí y decidió cambiarme, así, de una forma deliciosa y definitivamente simple. Y con tantos alardes de durezas que siempre vanaglorié ante los desconocidos, puedo decir que desde el momento en el que aquel sujeto se acercó hasta mí, fue cuando me salté la regla esencial y personal que designaba el tiempo justo para abrir cualquier puerta, para dejar entrar a quien sea en mi mundo… Vamos, en este caso, sería apartar la silla a la razón por la que ahora soy tan distinta desde una primera cena.
Lo vi, y no lo tuve que pensar dos veces.
CARLOS
Condenado al infierno, de esa forma quedaría si no me acercaba a ella.
Bajo ese ajustado vestido verde de exquisito algodón y sus zapatos de tacón alto, parecía entera y con justicia divina. Pero todo ese semblante tan cliché en una mujer sola en la esquina de aquella mesa, se desbarató al ser consciente de una ligera línea de agua traspasar su mejilla derecha, justo cuando me acerqué. El efecto que eso causó en mí...
Luego, sus movimientos rápidos para secarla intentando que no me diera cuenta se clavaron en mis retinas por completo y puedo dejar de lado el acercamiento del mesonero para consolarla.
Cielos… La verdad de mi interés hacia ella se resume en la insana y mal hablada curiosidad de saber las cosas. Solo eso, saber. Cuando pongo los ojos encima de algo que me genere así sea un pequeño grado de interés, crece una enorme curiosidad en mí hacia eso. Entonces, al verla sola en aquella mesa quise saber por qué la mujer que intentaba darle un trago más a su copa de vino tinto le daba rienda suelta a sus lágrimas, así, en público, aunque este “público” fuese distinto a los demás.
Si en alguna oportunidad nos poníamos a pensar en la sencilla pregunta ¿puedo sentarme?, perderíamos un muy valioso tiempo. La lluvia cesaba y ella había sido embarcada por alguien sin nombre. Pronto se iría, estaba seguro. ¿Y quién era yo para detenerla? Ahora es inevitable no recordar su mirada dudosa y al mismo tiempo pidiendo auxilio, pidiéndome auxilio; la sonrisa a punto de ser reprimida y la visión eterna del rastro de una gran gota salada secándose. Resultó entonces que, entre todas esas importantes cosas de nuestra “primera cena”, la que más destacaba era esa pregunta demoníaca: ¿qué decirle a una dama en sus circunstancias?
Catalogar el saludo inicial entre un hombre y una mujer se da efectivo entre la impresión física y el descubrimiento emocional posterior. Allí, esa noche frente a ella, casi estático, pero seguro; impresionado y nervioso; altivo y directo, lo que realmente importó en mi psiquis fue lograr acceder a su persona. ¡Dios santo, parecía divinamente agotador! Levantarme y dirigirme hacia ella fue obviamente más fácil, que manejar el darme cuenta que en segundos podía cambiarle la vida por completo a una mujer, ¡que tenía ese poder!
Pero hubo relevancia en algo más, porque pude darme cuenta también de que era meramente capaz de sentir sentimientos profundos, profundos hacia ella; que solo debía cruzar algunas pocas palabras para entender las cosas de esa manera.
Solo la miré y supe de verdad que podía llegar a quererla.
OLIVIA.No sangré más. Claro, no tuvimos sexo ese mes.Pero al siguiente, en abril, después de la primera consulta oficial y comenzar el control habitual, empezamos a dar la noticia.Yo a mi madre, él a sus padres y a su prima. Todos gritaron a su modo, demasiado sorprendidos, llorosos, hermoso, muy hermoso decir algo así y que todos apoyen, lo mejor que podía pasar.No tenía náuseas, solo me desagradaban algunas comidas, me gustaban demasiado otras. Mucho sueño me dio, eso sí. Y aprovechaba para dormir todo lo que podía luego de llegar del trabajo.Luego vino la noticia en el Seguro. Pensé mucho anunciarlo de una vez o no. Se venía ocupaciones y un embarazo siempre significa dar de baja, el permiso pre y post natal, bonificaciones, entre otras cosas siempre dependiendo de la política empresarial, no sabía si la noticia caería bien del todo.Pero sucedió lo contrario, al menos eso me hicieron sentir. Sobre todo mi jefe mayor, su esposa y Leónidas, quien este último me prometió organiz
CARLOS.—¿Perdón?—Ayúdame a ponerme de pie.Por supuesto que la ayudé. La levanté con cuidado, la ayudé a limpiarse. Le busqué ropa de inmediato, la senté sobre la cama y me vestí veloz.Tomé las laves de la camioneta, la billetera y salimos del apartamento directo al ascensor, a mi carro, donde la ayudé a subirse, aunque me di cuenta que ya podía hacerlo por sí sola y salimos de allí.Intenté manejar como un hombre civilizado, pero los nervios me atacaban.—¿Sabías que estabas embarazada? ¿Desde cuándo?—No lo estoy. Maneja con cuidado, Carlos, por favor.Asentí y bajé la velocidad.—Ok, vamos a ver. Si no estás embarazada, ¿por qué me dijiste eso en el baño?—El periodo aún no debe llegarme y estaba sangrando considerablemente. Sentía muchísimo dolor, Carlos. No te quise despertar, pero casi no llego a baño.—Mierda, Olivia, coño, tenías que haberme dicho algo, ya estuviésemos en la clínica desde hace rato…. Ya estamos llegando. Menos mal que se me ocurrió vernos en ese apartamento
CARLOS.Llevaba la cena en bolsas, mi maleta de ruedas en otra y maniobraba con las llaves. Saludé al conserje y subí.Abrí la puerta esperando ver a Olivia, pero no me esperé que fuese así.Sí, le pedí que se desnudara, pero el que te obedezcan al pie de la letra y más allá es demasiada impresión.Ella se encontraba de espaldas a mí usando unos malévolos tacones negros. Nada más.Su cabello iba suelto y al girarse hacia mí, su monte de venus totalmente depilado y su rostro salvaje casi hace que se me explote el pantalón.Tranquilamente (fingiendo sentir eso), acomodé todo en el suelo de la entrada y caminé hasta ella.Llevaba las manos detrás de la parte baja de su espalda y con las mismas, se sostenía contra el vidrio.La terraza había sido re aperturada, acomodada y esa construcción sirvió perfecto para generar luz alrededor de esa hembra que me esperaba.Suspiré profundo. Olía exquisito ella, toda ella.—Quédate así. —Supe que mi mandato se cumpliría a la perfección.Llevé la comi
CAPÍTULO XIV. La cena número 70. Esto no me lo esperaba.OLIVIA. Calor, tenía muchísimo calor esa mañana de comienzos de Marzo.Los meses pasan volando, uno no se da cuenta. Y las cosas van pasando como si todo se tratase de un pasillo largo que obligado hay que transitar.El fin de año fue una buena celebración. Por cuestiones obvias, preferimos quedarnos en casa. Ya nuestro nivel de adrenalina estaba por las nubes y Carlos no se encontraba apto para "pegar brincos y saltar por su vida", palabras de él. De ese modo, invitamos a su prima al apartamento, quien asistió con su esposo y una cajita negra que no vi hasta después del cañonazo.El anillo... Aún no lo puedo creer.Carlos me ha contado cómo lo obtuvo, sin pena alguna, manejando muy bien esa filosofía de no secretos, aunque sé que es evidente que siempre guardaremos para cada uno alguna cosita que no queramos decir o contar. Pero ahí estaba él, abrazándome desde atrás mientras mirábamos unos hermosos fuegos artificiales que uno
Recordé a Meléndez. El viejo Meléndez siempre supo que su sobrino, o el sobrino de su mujer, no era un asesino, solo un desgraciado drogadicto y ladrón, un adicto que lo único que buscaba era salir de fiesta. Tal vez tenía deudas gracias a los excesos. Lo lamentable fue cubrirlo, Meléndez lo mantuvo en secreto, haciendo tratos con la policía para "proteger" su empresa de manchas feas. El único asesino verdadero, el único monstruo era Tony Urdaneta, más nadie que él. Le mintió a Nancy la noche que la agredió.Existe una expresión que reza echarle el muerto a alguien. Mientras significa dejarle cargas o responsabilidades de uno mismo a alguien más, el delincuente de Tony lo hizo literal, poniendo en la boca de Vassallo una falsa confesión de homicidio.El sobrino del viejo empresario admitió conocer a la joven Susana, aunque poco. También admitió haberse acostado con ella de manera furtiva y que una cosa que le impresionó cuando ocurrió, fueron unas marcas de golpes que la chica tenía e
Mi cuerpo no daba para más. Un cansancio excesivo me rellenó como un saco infernal, cosas pesadas metidas allí para ahogarme en un mar profundo y desconocido, temeroso, peligroso.—Debí matarlo —seguí diciendo, llorando a mares, no podía parar—. Debí matarlo justo después de clavarme esa maldita botella en la cara. Debí hacerlo, Juan. ¿Por qué no lo hice?Mi guardaespaldas me sostuvo fuerte, combatiendo los embistes enfurecidos de mi cuerpo, y poco a poco me fue calmando, sintiendo cómo me recostaba sobre el sillón, colocando unos cojines bajo mi cabeza para ir a guardar el arma que yo misma saqué de la gaveta.Pude haberme reído al ver cuándo la desarmó, lo entendía, comprendía perfecto que no confiara en mi juicio.Bien por él, ni yo misma confiaba en mí.Regresó y cómo pudo, intercambió el cojín por su cuerpo, por su musculoso pecho, sus fuertes brazos.Yo, que siempre sonreía, aún seguía llorando. Él acarició mi corto cabello rubio, me dejé hacer todo eso por él, sacando de mi sis
Último capítulo