Capítulo 2 (tercera parte) y Capítulo 3 (1era parte)

OLIVIA

Poco a poco me fui despertando, gracias a la vibración de un teléfono; el único sonido en toda la habitación. Me dolía un poco el cuerpo y créanme, fue más por dormir junto a alguien en esa linda posición, que por todo lo demás. Y no era porque fuese una mujer altamente sexual. Con Alonso tuve sexo no tan lejano al primer día que me acosté con Carlos. Pero fue… distinto. No hubo dolores porque no hubo abrazos. Con mi ex era otra cosa.

Solo con levantar la cabeza pude ver que él seguía durmiendo. No lo despertaría por nada del mundo. Ni siquiera si se trataba de su móvil.

Me moví lentamente y ni se inmutó. Fui por mi bolsito porque desde allí se escuchaba el menequeo. Silencié la vibración de mi celular ya que aún no deseaba contestar. Era mi jefe y algo debía haber ocurrido para que me llamara un fin de semana y a esas horas de la noche.

Pero el tedio que podía producirme el contestar no fue la razón de no hacerlo, sino el querer contemplar un poco a Carlos en esa guisa. Algo tan normal, verlo allí, haciendo algo verdaderamente humano. Cenar, besar, conquistar, follar… Emitir algún halago, manejar o incluso suspirar, muy bien eran reacciones de mortales, cosas que podían definir el tipo de hombre que era. Pero el dormir a profundidad después de lo que acababa de hacer y conmigo, le daba a todo una inflexión muy distinta.

Sonreí un tanto, cargaba los labios un poco separados y roncaba ligeramente; había que acercar la oreja para darse cuenta. El pelo que siempre llevaba bien arreglado ya no lo estaba y le otorgaba un aire genialmente sexy, arrebatador. Carlos era increíblemente guapo y en ocasiones me preguntaba, ¿qué vio en mí? ¿Qué hice, qué tenía para lograr que un sujeto como él llegara a mi mesa esa noche? ¿Y qué estaba haciendo yo para que quisiera continuar arreglando encuentros conmigo? ¿Era demasiado fácil? ¿Lo fui? ¿Soy fácil? Miles de preguntas… Algunas tenían respuestas, otras no.

Y debía agregar más: ¿Carlos tendría mujer? ¿Tal vez hijos? ¿Sus padres estaban vivos, poseía familia?

Suspiré.

Sí, el sujeto me daba curiosidad, pero como dije anteriormente: no quería que él supiera nada de mí. Necesitaba probar hasta qué punto un hombre aguantaría el no indagar nada sobre la mujer con la que se acostaba.

Porque ellos también curiosean, quieren saber siempre a quien están dominando. O por lo menos, de quién se están dejando dominar.

Y si hablamos de eso, establecer un acuerdo de no divulgación de nuestros asuntos personales (llegando un poco más allá al no darnos números de contactos y mucho menos direcciones), hacía que nadie llegara a dominar a nadie. Navegábamos ligeros por ese río, sin luchar, poniéndonos del lado de la corriente. Y bien sabía que un día de estos saldríamos de alguna habitación sin establecer un nuevo encuentro y de ese modo, las cosas cambiarían.

El teléfono volvió a las andanzas y suspiré profundo. Me dirigí al baño, me coloqué una toalla y salí hasta el estacionamiento privado, parte propia de aquella alcoba; un garaje cerrado el cual le daba seguridad completa el coche.

Me golpeó el calor y la humedad del habitáculo. Para llegar al vehículo, había que bajar unas cortas escaleras. Acomodé mejor la toalla alrededor de mi cuerpo, me senté en los escalones y allí contesté. Mi jefe me llamaba a esa hora porque deseaba una ayuda totalmente fuera de lugar para mi rol en la empresa, pero que encantada decidí aceptar. Él prepararía una sorpresa de cumpleaños para su novia, la jefa de recursos humanos, y requería que llegara una hora antes para recibir el delivery con un desayuno acompañado de un arreglo floral, dándome libertad y confianza para ordenarlas a mi gusto.

Sonreí todo el rato, hasta le pregunté, sin querer entrometerme de lleno, si habría sortija de matrimonio. Él se echó a reír, no respondió y eso me fascinó. Él estaba bastante enamorado de aquella mujer. Había roto el protocolo de no confraternización de la empresa; su empresa. Aunque no muchos sabían de esa relación, yo era una de las pocas y la sorpresa sería anónima. Y ya podía vislumbrar que la agraciada no le haría falta adivinar quién le había enviado aquellos regalos. Ella también lo amaba, no tenía que decírmelo; Ninguno de los dos. Colgamos la llamada y me devolví a la habitación. Me paré en seco junto a la puerta cuando vi a Carlos despierto y sentado sobre el colchón.

Aún desnudo y dándome un poco la espalda, volteó su cara y alzó las cejas.

—¿Todo bien? —preguntó con esa voz tan varonil…

Asentí con un cortísimo cierre de mis párpados para crear más seguridad a mi respuesta. Me quité la toalla, la dejé sobre una esquina de la cama y gateé sobre ella directo a su espalda. Él se movió sólo, como atraído a mi plan: estiró los brazos hacia atrás para alcanzarme, mientras acomodaba mi cuerpo y mis piernas para rodearle.

Suspiré insondable sobre su espalda ancha.

Olí profundo la esencia de su perfume y ese olor de piel tan

marcado.

No supe que estaba tenso hasta que sentí relación en su anatomía, justo después de dejar que mis senos se aplastaran contra ese valle de piel morena clara.

Comencé entonces a dejar besos en ese campo perfecto, hombros, cuello… Arrastrando mis uñas ligeramente en masaje sobre su tez, disfrutando plenamente de sus suspiros profundos, dejando escapar una ligera risa cuando dejó caer su cabeza hacia atrás sobre la base de mi cuello.

Luego un beso sonoro en mi mejilla y mi estómago hizo su brinco. Exhalé de prisa por aquel pesado sentimiento sin que se diera cuenta; un suspiro insonoro porque por supuesto, jamás dejaría al descubierto esa reacción que provocaba en mis entrañas.

Quise cubrir mi cara con las manos. Pero en vez de eso, la cubrí con lo que encontrara de él. Lo hice pensando que Carlos, ese hombre desconocido me estaba gustando de verdad. Muchísimo. Pero creo que adoraba mucho más esa clandestinidad y la forma en la que estábamos haciendo todo, si debo ser aún más sincera. Sin preguntas, sin indagaciones tontas, sin saber de dónde proveníamos y hacia dónde íbamos. Era tan genial…

Se volteó brusco haciéndome pegar un gritico. Luego mis risas, y sus besos profundos se mezclaron cuando comenzó a juguetear con pellizcos y gruñidos al restregarse conmigo. Lo hizo como si nos conociéramos desde siempre, como si el mismo creador en su taller nos hubiese diseñado a los dos al mismo tiempo y a la misma hora. Estábamos tan concatenados… A otros quizás aquella íntima demostración les daría miedo. A nosotros no, todo lo contrario.

Se posicionó y me penetró ligero, feliz… Santo Dios, ¿cómo no seguir en el ruedo? ¡¿Cómo no seguir cenando juntos en aquel mismo punto del mundo?! Que vengan todas las noches, todos los fines de semana, que se reúnan en la balaustrada de la tierra y que con embeleso se rían felices de nuestros aciertos. Quien sea: el altísimo, el mismo infierno, los santos o energías quienes se encarguen de que ambos nos sigamos apareando… Gracias. De mi parte, muchas gracias. Porque continuaremos dejándonos llevar por sus designios.

Mientras nos movíamos a causa de las gozosas penetraciones, logró mirarme un tanto, penetrándome allí arriba, en mis retinas, mientras fruncía el entrecejo.

—¿De verdad que todo está bien?

Acentuando mi sonrisa y tomando su rostro con mis manos, le contesté:

—Perfecto, Carlos. Todo está perfecto.

Y así nos entregamos nuevamente, y de nuevo al rato. Y dormimos, y nuevamente nos dimos en la ducha con menos energía, pero con la misma dicha de antes; porque cada vez que nos compenetrábamos en cuerpo, nos sentíamos más tranquilos uno con el otro.

Por un momento de la madrugada escuché algo vibrar otra vez, pero en esta ocasión lo sentí a él removerse. Estaba muy cansada, así que no pude mover ni tan quisiera una pestaña. Si la llamada era para mí, que me lo informara él mismo y ya vería yo si contestar o no.

Pero no recuerdo nada más después de eso, solo que al despertar estaba sola y con una nota pegada en el espejo del baño:

En La Napolitana el sábado que viene.

09:00pm

Disculpa que me vaya. He cuadrado un taxi para ti, solo debes

marcar el número cinco del teléfono e indicar que estás lista para irte.

Me fascinó todo, Olivia. Cuídate mucho. Nos vemos.

Al parecer, aquella llamada que vibraba anteriormente era para él. Lo comprobé luego de revisar mi teléfono. Pero también pude percatarme de que la misma, no tuvo el mismo efecto en él, que la mía.

CAPÍTULO III: LA TERCERA CENA

Solo para ti

OLIVIA

Me coloqué tras la pared de la oficina de recursos humanos. Era sábado y muy temprano, por lo que los demás empleados no habían llegado.

Realicé las tareas que mi jefe me encomendó: elegir las flores para su novia, comprarlas, recibirlas en la oficina, colocarlas sobre el escritorio de ella y esperar, para también recibir al delivery que llevaría un desayuno de lo más exclusivo. Estaba muy segura que mi gran jefe no iría esa mañana al edificio, y que tanta galantería se trataba de una felicitación a distancia, como disculpa por no estar presente.

Pero qué equivocada estaba…

La exclusividad del desayuno que le había regalado a la cumpleañera, se trataba de un kit de lencería como presente, adjunto a la famosa comida. Y al parecer ese detalle hizo que él no se quedara de brazos cruzados; no se aguantó enviárselo sin él estar allí.

Así que llegó al rato (no demasiado), cerró la puerta de la oficina de su amada y yo, escondida como una guarra detrás de un muro, pude escucharles y hasta imaginar el punto exacto donde lo hacían.

Porque lo hacían… Ellos hacían el amor en la oficina.

Por extraño que parezca no me sentí desubicada, tampoco permanecí demasiado tiempo allí. Más bien, abrí paso al curioso pensamiento de saber que aquellos amantes sucumbían al deseo, pero durante el desayuno. Y que yo, que soy asidua a frecuentar la noche, me había dejado llevar de la misma forma, quizás…, pero durante las cenas.

Durante dos cenas..., con un hombre al extremo de desconocido.

Esa era mi vida, sí: me acostaba con un desconocido.

Entonces me pregunté, ¿siempre habrá que tener algo más con alguien para llegar a compartir tales cosas…, o momentos? ¿Qué sucedería si llegase a preparar un despertar para mi amante?

Eché esas interrogantes en el cajón interno de mi mente. Carlos podría huir si yo planeaba algo así. Y estaba bien que lo hiciera, en el caso de que aquello sucediera. Sin embargo, al considerarlo, me di cuenta de que aún no estaba preparada para alejarme de ese idilio; uno de los porqué me despegué de la puerta de Recursos Humanos, dirigiéndome por ese mismo pasillo hasta el comedor de empleados y después de tomarme un buen café, me devolví por allí mismo con destino a la recepción, mi lugar de trabajo.

Pero ya cuando iba de regreso, no pude seguir caminando. No de inmediato. Lo que escuché salir de la boca de uno de aquellos tórtolos mientras me alejaba, me erizó al completo la piel, me paralizó.

Por cualquier tipo de bloqueo sonoro que pudo camuflar a aquella ardiente declamación, a través de la puerta cerrada, por encima de mi pena y de cualquier desinhibición, mi señor jefe y su pareja, bajo un voceo intenso, vanagloriaban la emoción que sentían uno por el otro. Sí, se escuchaba todo lo que hacían, pero lo que él dijo fue lo más… fue lo más… Quizás ahora que decido contarlo no sepa explicarlo bien, poniendo en duda hasta mi alocada interpretación. Pero hubiese sido positivo que alguien me advirtiera aquella vez que los jadeos de terceros serían capaces de hacerme sentir tanto…, de lograr cambiar un poco mi psiquis.

Desde adentro de aquella oficina escuché claramente la frase:

«Te amo tanto, maldición…»

Te amo tanto… Te amo tanto, maldición… Lanzada, arrojada allí, chocando contra mí.

La frase fue dicha de él hacia ella, muy cerca de la madera, casi delante de mí sin que supieran, y provocando en la dama —mi compañera de trabajo— un transparente clamor ahogado, demasiado apasionado para el gusto de cualquiera.

Miré al frente de inmediato porque escuché el bullicio de algunos empleados llegar. Así que me quedé como centinela intentando resguardar la zona, por si alguien se acercaba demasiado y pudiese descubrir lo que sucedía ahí dentro.

Entonces me quedé y escuché todo lo demás, percibí hasta cuando la pareja se alejó de la puerta; fui testigo muda de aquella entrega, pero juro que no pensaba tanto en el puro y literal contexto. Hubo un momento que sus jadeos me hicieron olvidar quiénes eran ellos, o el hecho de que se follaban en plena oficina. Aquello me sacó de mi planeta un breve instante y cuando estuve segura de que habían terminado, pisé tierra, me retiré y en vilo, logré llegar a mi destino.

En mi puesto de labores contesté llamadas, saludé a mis compañeros, sin poder apartar de mi memoria aquel conjuro tan contundente y preciso. Porque ese «Te amo» fue precisamente eso: una hermosa brujería, una muestra de belleza, la representación de preciosura; Un grito de amor, y no de guerra; Una sentencia buena, sin maldad, con alas, libre, volando sobre el mundo real sin obstáculos ni precipicios.

Como si hubiese descubierto la cura de todos los males, así, fue cómo adopté ese repentino aprendizaje, la inyección de amor propio que necesitaba. Descubrí mi propia cura tras esa declaración ajena y recordé bien claro lo que ese hombre llamado Carlos, mi amante nocturno y casi desconocido, me hizo sentir la noche anterior en nuestro segundo encuentro.

¿Y qué recordé en específico? No precisamente la frase Te Amo, porque entre nosotros —por lógica— aún no existía. Sino toda mi novedosa experiencia con él. Las palabras de mi jefe me hicieron pensar en aquel, porque... Santo Cielo… ¡Dios! Por fin pude explicar sus formas de poseerme, la insistencia de un nuevo encuentro, sus miradas mientras se adueñaba de partes de mí tan importantes, su dedicación hacia mi cuerpo, mente y bien segura, el chute amoroso que derramó —una noche antes— sobre mi alma.

Llegada la hora del almuerzo, miré el reloj de pared y sonreí educadamente hacia mi reemplazo, quien llegaba a buena hora.

El teléfono sonó con una llamada entrante.

—No, yo la tomo —me dijo Betty, la otra recepcionista—. Ve a almorzar tranquila, nos vemos al rato. —Ella siempre pillaba su almuerzo una hora antes que yo.  

Le agradecí y me fui al cafetín de empleados.

Aquel camino que tomé para llegar allí no era el de todos los días, por supuesto que no. Aquel pasillo poseía un atajo, el mismo que utilicé más temprano. Confieso desear saber el estatus del departamento de Recursos Humanos.

No sé por qué pensaba que aún ellos podían seguir reunidos allí. Pero lo cierto es que en todo el día no volví a ver ni a mi jefe, y tampoco a la directora de la dichosa jurisdicción. Pensando que tal vez habían decidido tomarse la tarde y que habían salido por la puerta de atrás, me acerqué hasta el venturoso lugar. La puerta estaba entreabierta, la empujé ligeramente…, y sonreí.

El arreglo florar había sido acomodado al lado del escritorio y en el suelo. Las cosas encima de la mesa estaban exageradamente ordenadas. Olía a perfume de hombre y a una esencia jabonosa, como si hubiesen esparcido algún producto de limpieza. Sonreí aún más y me sentí feliz por ellos.

Entonces me fui a comer tranquila y animada, planeando en mi cabeza lo que compraría la semana entrante; alguna cosa o prenda destinada para mi siguiente viernes, algún conjunto o combinación de ropa que utilizaría para ir a cenar de nuevo con cierto caballero.

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