OLIVIA.
Cuando las penetraciones acabaron, regresó su cuerpo al colchón y sentí fresco de inmediato tras la carencia de su pene. Porque no pude dejarme caer de una vez, la impresión de lo vivido me dejó aún en cuclillas, tensa y riendo. Riendo por no poder creer aquello, apretando los ojos, incluso. Todo era demasiado.
Se movió completo, mientras me resbalaba por fin hasta sentarme. De repente se puso de rodillas frente a mí, tomó mis piernas, me arrastró…
—¡Aaaah! —grité.
Se acomodó entre ellas y me penetró. Otra vez.
—¡Así! —Empujó duro una sola vez hasta acoplarse—. No te separes, te quiero así —le escuché decir, mientras se unía también a mi regocijo.
Nos reímos bastante, cansados, satisfechos y locos. Entonces nos besamos y besamos y seguimos besándonos hasta que el agotamiento nos fue devorando y nos hizo caer en un profundo sueño.
Al cabo de unas horas (no supe de inmediato cuántas), me encontré con mi cara pegada a su pecho. Sentí un confort tan divino...
Carlos estaba despier