Davian Taleyah
El reloj marcaba la medianoche y el silencio en la mansión era casi absoluto, salvo por el eco de los pasos de Kian Duncan moviéndose de un lado a otro frente a mí. El alfa caminaba con el ceño fruncido, un vaso de whisky fuerte en su mano derecha, que se vaciaba lentamente cada vez que lo llevaba a los labios. La luz del fuego de la chimenea iluminaba sus facciones tensas, y en su mirada azul brillaba esa mezcla peligrosa de ira contenida y preocupación.
Yo lo observaba desde mi asiento, con la calma propia de quien sabe esperar el momento exacto para moverse. Mi propio vaso descansaba sobre la mesa de roble, intacto. Nunca había necesitado del alcohol para enfrentarme a algo; el ardor que corría en mis venas era suficiente.
—Vas a desgastar el suelo con tanto andar —dije finalmente, mi voz grave rompiendo el silencio.
Kian se detuvo, alzando la mirada hacia mí. Durante un segundo, sus ojos me recordaron a los de un lobo acorralado: no por miedo, sino por la rabia de n