Julienne Percy
Desperté por un crujido suave, apenas perceptible, pero lo bastante inquietante para romper el escaso sueño que había logrado conciliar esa noche. Mi corazón dio un vuelco, pensando en todo lo que podía salir mal estando en una casa que no era la mía, rodeada de gente que me odia y cargando un bebé tan frágil que crece en mi vientre.
Mis ojos se ajustaron a la oscuridad, y entre las sombras, distinguí una figura sentada en el sillón frente a la cama. Una chispa de miedo me recorrió la espina dorsal, hasta que distinguí su rostro: Davian.
Tenía la camisa desabotonada, colgando abierta sobre sus hombros como si no le importara nada. Una botella de whisky medio vacía descansaba en su mano, y su mirada plateada estaba fija en mí, aunque no parecía verme del todo. Sus ojos brillaban con esa intensidad turbia que solo trae la embriaguez, ¿Cuánto había tomado para estar así? Es un alfa supremo, no creo sea fácil de ese modo.
—Arruinaste todo —dijo, con voz grave y rota por el