Emma Baker
La mansión del alfa supremo es enorme, elegante y mucho más fría que la del alfa Kian. Todo lo que me rodea destila lujo, desde los mármoles en el suelo hasta los candelabros que cuelgan del techo, pero la sensación es distante, impersonal. Debe ser algo típico de los hombres tener casas tan poco cálidas. Si algún día el señor Duncan encuentra a su luna, quizás ella le dé ese toque más humano que tanta falta le hace a su casa.
Una punzada golpeó mi pecho solo de pensarlo.
—Nos quedaremos en esta habitación —lo escuché murmurar mientras cerraba la puerta tras de sí.
La estancia es amplia, los muros claros están adornados con molduras, y la cama es tan grande que podría caber una familia entera. Me quedé en el umbral unos segundos, nerviosa, sin atreverme a avanzar demasiado.
—¿Juntos? —pregunté en voz baja, sin mirarlo a la cara. No sé cómo reaccionará, no sé qué puede significar compartir la misma habitación con él, pero mi corazón late tan fuerte que temo que pueda escucha