Julienne Percy
Mi hijo reía a carcajadas mientras le pasaba la pelota de un lado a otro con las manos torpes, y yo hacía muecas exageradas cada vez que fallaba al atraparla. Su risa era mi medicina. Era lo que me mantenía firme, a pesar del vacío que sentía desde hace días en el pecho. Davian no había llamado, y aunque trataba de no pensar lo peor, una parte de mí gritaba que algo no estaba bien.
—¡Khaos, atrápala! —le dije entre risas mientras lanzaba la pelotita con suavidad. Él la atrapó, o más bien la recibió de lleno en el pecho y cayó sentado, soltando una carcajada feliz. Me reí junto a él, acercándome para ayudarlo a sentarse nuevamente.
Sentí el olor de Auren mucho antes de tenerla detrás de mí.
—Te ves muy contenta, Julienne. —La voz cargada de veneno y burla me hizo girar de inmediato.
Auren estaba allí, con sus brazos cruzados y una sonrisa torcida en los labios. Vestía como siempre, impecable, con el cabello perfectamente peinado y los ojos fríos como el hielo. Su presenc