Davian Taleyah
El salón de reuniones de mi empresa tenía ventanales de vidrio tintado que daban a la ciudad, pero aquella tarde el horizonte era solo una sombra nublada que no interesaba a nadie. Estábamos tres alfas sentados alrededor de una mesa de roble oscuro que parecía más un campo de batalla que una superficie para el diálogo.
Las voces alzadas rebotaban en las paredes como ecos feroces. Uno de los alfas, Tarek, un bruto de cuerpo ancho con temperamento volátil, golpeaba la mesa con el puño cada vez que hablaba. El otro, Myron, más refinado en apariencia pero igual de orgulloso, cruzaba los brazos con altivez, provocando con cada palabra.
—No cederé un centímetro más de mi terreno solo porque él quiera expandirse como un virus —espetó Tarek, sus ojos oscuros brillando con furia.
—Ese “virus” sostiene el equilibrio en la frontera sur —replicó Myron con tono gélido—. Tus lobos cruzaron la línea tres veces este mes. Eso es invasión.
Fruncí el ceño. Llevábamos casi dos horas de lo