Julienne Percy
Todavía estaba envuelta en las sábanas, con el cuerpo relajado y adolorido de una forma deliciosa, y el aroma de Davian en la almohada me mantenía atrapada en ese limbo entre el sueño y la realidad. Mi piel aún hormigueaba con el recuerdo de sus caricias, y mis labios, ligeramente hinchados, parecían extrañar los suyos.
El suave clic de la puerta me hizo llevar mi mirada hasta ella, Davian con un pantalón de chándal gris claro, que caía peligrosamente bajo en sus caderas, revelando esa V que descendía por su abdomen y que, sin querer, robaba mi aliento. Sus músculos marcados, el torso desnudo y tatuado, brillaban con el tenue sudor del calor matutino. Sus brazos sostenían con firmeza y ternura a nuestro hijo.
Una sonrisa se formó en mis labios antes de que pudiera evitarlo.
—Buenos días, dormilona —murmuró Davian con una voz profunda. Que nublaba mi mente con recuerdos de esta mañana y la noche, y por la sonrisa en sus labios sé que sabe exactamente lo que he pensado y