Julienne Percy
Desperté envuelta en un calor que no reconocía como propio.
Mi cabeza descansaba sobre un pecho firme, desnudo y tatuado. El ritmo constante del corazón bajo mi oído era lo único que rompía el silencio. Una mano grande, caliente, estaba posada sobre mi cintura, como si ese toque fuera lo único que me anclara a este mundo. Y durante un instante… solo uno, me sentí a salvo. Hasta que lo recordé.
La mordida. El dolor. El colapso.
Mi cuerpo se tensó, y lentamente levanté la cabeza, encontrándome con el rostro de Davian. Tenía los ojos abiertos, fijos en el techo, perdido en sus pensamientos, su mandíbula marcada por la tensión. Estaba completamente despierto. Y me estaba abrazando.
Me separé de golpe, con el corazón acelerado, Davian se giró hacia mí, pestañeando como si despertara de un trance, y posando sus impresionantes ojos grises en mí.
—¿Estás bien? —preguntó con voz grave, levantándose ligeramente, aún apoyado en un codo—. ¿Te duele algo? ¿Necesitas agua? ¿Quieres q