Julienne Percy
No sé cuánto tiempo había pasado desde la última vez que me vi en un espejo. O al menos, desde que lo hice realmente, sin desviar la mirada de inmediato.
Esta vez, lo sostuve.
Me enfrenté a ese reflejo sin alma, de ojos apagados y mejillas hundidas. El camisón colgaba flojo, las ojeras eran más marcadas que nunca, y mi cabello era una maraña seca sobre los hombros. No parecía yo. No parecía nadie. Aunque honestamente, yo no era nada.
—Estás desapareciendo… —susurré con la garganta apretada.
Nadie me respondió. Ni siquiera Naseria. Mi loba también estaba en silencio. Dormida. Rota. Como yo.
Había algo en mí que se quebró hace semanas. Algo que no se repara con descanso ni con palabras suaves. Ni siquiera con el llanto que no ha cesado de Khaos y no sentí nada. Nada. Ni un destello de amor. Ni alegría. Solo miedo. Culpa. Un vacío voraz que me devora las entrañas. Solo me doy cuenta de que no merezco ser madre.
Me levanté del asiento frente al tocador y caminé descalza por