Davian Taleyah
Después de terminar la reunión con el consejo y que no aceptaran que marcara a Julienne, mi pequeño cachorro, Khaos, dormía plácidamente ajeno a los problemas que enfrento. Sus manos diminutas estaban cerradas en puños, y sus pestañas temblaban con los leves sueños que solo los recién nacidos conocen. Lo observaba desde mi sillón, con una copa intacta de licor en la mano y un silencio que pesaba más que cualquier guerra que hubiese guiado.
Mi lobo, Kaemon, se revolvía inquieto dentro de mí. Desde que el consejo negó el permiso para marcarla, no había dejado de gruñir. No en voz alta, no como otras veces, pero lo sentía en cada latido, como un tambor lento y constante.
"Nos la están quitando."
"No la valoran."
"Solo ven al cachorro. No a ella."
Yo también lo vi. Vi los rostros serios, los labios fruncidos, el desprecio camuflado de formalidad. Auren sentada entre ellos, fingiendo neutralidad, cuando en realidad paladeaba su victoria. Ellos no querían que Julienne viv