C2: ¿Azules? ¿Grises?

Julienne Percy

Abrí los ojos lentamente, con la cabeza latiéndome como un tambor. Mis sentidos tardaron unos segundos en ubicarse. El techo no era el mío. La fragancia del lugar era intensa, amaderada, masculina. Todo era desconocido.

Mi cuerpo dolía levemente, como si hubiera sido arrastrado por una tormenta. Al incorporarme entre sábanas de algodón fino, la habitación se reveló: muebles oscuros, paredes de piedra, una ventana enorme que daba a un bosque espeso. No era mi habitación. Ni mi casa.

Me incorporé poco a poco, un escalofrío recorriéndome la columna. El entorno era ajeno. Paredes de piedra, un hogar con restos de brasas aún tibias, alfombras gruesas bajo mis pies descalzos. Todo era elegante, sobrio, masculino.

Y entonces me golpeó el recuerdo. No con claridad, no como una película reproducida en mi mente, sino con flashes:

Un cuerpo sobre el mío.

Una voz profunda, grave.

Unos ojos… ¿azules? ¿grises? ¿Negros tal vez?

El olor del bosque, del poder, del deseo puro.

Mi celo.

Me cubrí la boca, aturdida. Me había entregado a alguien… durante mi primer celo. Pero no sabía a quién. No recordaba su rostro. Solo su piel ardiendo contra la mía, su olor, su fuerza. Me sentí vacía. Usada. Rota.

—¿Qué hemos hecho, Naseria? —interrogué en voz baja, apelando a mi loba interior, con miedo a lo que debía enfrentarme.

Me miré: estaba desnuda, envuelta apenas en una sábana. Mi ropa yacía hecha jirones en el suelo. No había forma de recuperarla. El corazón me latía con fuerza mientras me ponía de pie y me acercaba, temblorosa, al armario. Saqué una camisa negra, amplia, de tela gruesa y olor potente. Me la puse con manos temblorosas.

—No recuerdo mucho —la escuché susurrar en mi mente. Naseria, mi loba, también parecía confundida. Eso era lo peor. Si ella no sabía quién fue, ¿cómo podía saberlo yo?

Salí al pasillo. Todo estaba en silencio. El aire era denso, como si el pecado de lo que hice se hubiera quedado suspendido entre esas paredes. Bajé las escaleras lo más silenciosamente posible, conteniendo la respiración. No sabía de quién era esa casa, pero tenía la sensación de que debía salir antes de que alguien me descubriera.

Al llegar a la puerta principal, una punzada de terror me atravesó: ¿y si me encontraba con Elion? ¿Y si él reconocía el olor? Aún lo tenía encima. Estaba marcada, envuelta en el aroma de otro hombre.

Empujé la puerta. El aire del bosque me golpeó como un latigazo, fresco y puro, contrastando con el calor de la vergüenza que ardía en mis mejillas. Corrí. Corrí como si pudiera dejar atrás lo que había hecho, como si el viento pudiera limpiarme.

Llegué a mi casa, empapada de sudor, la camisa pegada a mi cuerpo, el olor de ese desconocido aún impregnado en mí. Fui directo a mi habitación en donde me dejé caer en el suelo de madera, abrazando mis rodillas, con las manos temblorosas.

No sabía con quién me había acostado.

Engañé y rompí un juramento de sangre de mi familia con la de Elion, y eso… eso solo se paga con muerte.

(…)

Rachell llegó la tarde después de lo ocurrido, ella había sentido lo rara que estaba. Nadie conocía mis emociones como ella. Y desde que entró por la puerta y me vio acurrucada en el sofá, con los ojos enrojecidos, supo que algo andaba mal.

—¿Qué pasó, Julienne? —preguntó suavemente, sentándose a mi lado. Su presencia era como una manta cálida, un refugio. Rachell, mi mejor amiga desde la infancia. Ella, Elion y yo siempre habíamos sido un trío inseparable. Pero ahora, todo seguro iba a cambiar por lo que hice.

Tragué saliva, con el corazón en un puño. Me arriesgaba al contárselo, pero la carga me estaba asfixiando, no podía seguir ocultando esto.

—Rachell… —mi voz salió quebrada, como si la presión de todo lo que había vivido en las últimas horas estuviera a punto de romperme—. Anoche… me acosté…

Sus ojos se agrandaron. Su cuerpo se tensó.

—Dime que no fue Elion… —murmuró, casi en un susurro. Su mirada se volvió intensa, cargada de algo que no pude descifrar por todo lo que llevo cargando en este momento.

—No… no fue Elion —dije, sintiendo el peso de la verdad que iba a salir de mis labios—. Lo peor de todo es que no sé quién fue. Todo fue tan… confuso. Rápido. Necesario. Mi celo…

Las palabras flotaron entre nosotras como cuchillas.

—¿Julienne, estás diciendo que… que perdiste el control durante tu primer celo? —su voz tembló, no por juicio, sino por miedo a lo que eso implicaba. Asentí con la cabeza, y las lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera detenerlas. —Ay, Jule… ¿Qué hiciste? —susurró, y me abrazó de inmediato, como si pudiera sostenerme cuando yo misma me estaba desmoronando.

—No lo sé. Me desperté en una habitación que no era la mía, ni de Elion. No había nadie. Tomé una camisa del closet y salí corriendo, Rachell, ni siquiera recuerdo su cara. Solo su olor, su cuerpo… y que tiene tatuajes.

—¿Estás segura de que fue alguien de la manada? —preguntó con cautela. Pero ambas sabíamos que no era una pregunta real. Lo sabíamos. Yo lo sentía en los huesos.

—No lo sé… y temo que haya sido alguien importante. Su olor… su autoridad… me hicieron doblegarme sin dudar. Era un alfa… un invitado de Elion o sus padres.

Rachell palideció.

—Diosa… esto es un puto desastre.

—Lo es… lo será si llegan a descubrirlo —la mire con desesperación—. Solo… prométeme que no le dirás a nadie. Que esto se queda entre nosotras.

— Ella me miró a los ojos, y asintió.

—Lo juro. Pero tienes que tener cuidado. Esto… esto puede cambiarlo todo, Jule.

Lo sabía… Porque si se llegaba a saber, si Elion descubría que me había acostado con otro, con un alfa que no era él… todo se derrumbaría. Y yo no solo perdería mi honor, sino también mi vida.

Sin embargo, la mañana siguiente todo se puso peor… y la traición llego de quien menos lo esperaba.

Rachel.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP