C3: Fue un error

Julienne Percy

Una bofetada por parte de mi madre fue lo primero que recibí al bajar las escaleras esa mañana.

Llevé mi mano hasta mi mejilla golpeada, el ardor se esparció como fuego bajo la piel, y mis ojos se llenaron de lágrimas al instante. No por el dolor físico, sino por la brutalidad de lo que significaba. Mi madre, que rara vez perdía la compostura, me había recibido con violencia. En la sala, sentados con rigidez y rostros severos, estaban los padres de Elion.

Y frente a ellos, de pie, con las manos entrelazadas al frente como si estuviera en penitencia... estaba Rachell.

Mi pecho se comprimió. No podía ser. No podía haber sido ella.

—¡¿Cómo pudiste hacerle esto a tu familia, a Elion, a nuestro nombre?! —espetó mi madre con los ojos desbordando furia—. ¡Una omega que se revuelca en su primer celo con un macho desconocido! ¡¿Tienes idea de la vergüenza que nos traes?!

—Mamá… —susurré, pero las palabras se atragantaron en mi garganta. Mi padre no dijo nada. Estaba allí, de pie junto a la chimenea, con los brazos cruzados, el rostro de piedra. Su silencio dolía más que la bofetada.

—¿Sabes lo que han tenido que escuchar los Taleyah esta mañana? —continuó mi madre, con una risa sarcástica y los ojos enrojecidos de rabia—. Que la dulce Julienne, la omega prometida al hijo menor y alfa de esta manada, decidió entregarse a otro en medio de su celo, sin pudor ni decencia. ¿Eso es lo que eres ahora? ¿Una cualquiera que se deja montar por el primero que le gruñe?

—¡No fue así! —grité sin poder evitarlo, mi voz quebrada—. Yo no… ¡no sabía lo que hacía!

—¡Pero lo hiciste! —vociferó la madre de Elion, con el rostro desencajado de indignación—. ¡¿Qué clase de omega se deja llevar por el instinto como una loba salvaje sin control?! ¡Mi hijo te iba a reclamar! ¡Te protegíamos! ¡Te educamos para servir a un alfa! ¡Ser una luna! ¡Y tú…!

—¡Tú arruinaste el vínculo, Julienne! —intervino por fin mi padre, su voz baja pero más afilada que una navaja—. Elion era tu destino. Tu honor, el nuestro, estaban en ese lazo. ¿Y tú qué hiciste? Lo escupiste por una noche de deseo.

Mis piernas flaquearon. Me agarré al respaldo de la silla más cercana.

—¿Y tú? —susurré, clavando mis ojos en Rachell—. ¿Tú fuiste la que les contó?

Ella no levantó la mirada. Solo asintió con timidez, como si esperara que eso la hiciera ver menos traidora.

—Me preguntaron qué sabía… y yo solo… solo les dije que estabas confundida… —musitó.

—¡Les contaste todo! —le grité con la voz rota, mis manos temblando—. ¡Me lo juraste! ¡Juraste que lo guardarías, que nadie lo sabría!

—Tenía que protegerte, Julienne —respondió ella, ahora con lágrimas en los ojos, tratando de justificar lo que era injustificable—. Tenías que enfrentar lo que hiciste. ¡No podías esconderlo como si nada!

—¡Me vendiste! —escupí con desprecio. El corazón se me desgarraba en el pecho. Lo poco que me quedaba de dignidad se deshacía frente a todos.

—Aún no sabemos quién fue —dijo el padre de Elion con voz grave—, pero no importa. Si fue un alfa, hay riesgo de embarazo. Lo sabes, ¿no?

El silencio fue absoluto. Sentí como si el mundo se desmoronara.

—¡Dime que no estás esperando un hijo de un desconocido, Julienne! —exclamó mi madre, desesperada.

No pude contestar. El terror me cerró la garganta.

—¡Diosas! —susurró la madre de Elion—. Si lo estás… esto arruina cualquier posibilidad de reclamo. ¡Mi hijo no criará al bastardo de otro!

—¡No es un bastardo! —grité, sin pensarlo, sin saber por qué lo defendía. Quizá por la culpa. Quizá porque, aunque no lo sabía con certeza, en el fondo… era mi cachorro.

—Ya no eres bienvenida en nuestra casa —sentenció el padre de Elion—. Elion tomará otra prometida. Tú, Julienne, has roto el pacto. No hay vuelta atrás.

—¡Basta! —ordenó, Elion, su voz resonó con una firmeza que acalló la habitación al instante. Me giré con lentitud, mis ojos aún empañados por las lágrimas, él tenía su ceño fruncido y los puños cerrados a los costados—. No permitiré que sigan humillándola —dijo, avanzando hacia el centro de la habitación con paso seguro—. Esta situación ya es lo suficientemente delicada como para que encima seamos crueles.

—¡Elion! —exclamó su madre, indignada—. ¿Vas a defenderla después de lo que hizo?

Él se detuvo justo frente a mí. Noté cómo su mandíbula se tensaba, cómo le costaba hablar con calma.

—No sabemos lo que pasó realmente —dijo con voz grave—. Julienne no recuerda nada. No es como si hubiera tomado una decisión consciente. Fue su primer celo. Estaba vulnerable. Alguien la monto y no tuvo el consentimiento necesario. Eso, para mí, es un abuso. Y voy a encontrar al alfa que se aprovechó de ella.

Mis ojos se abrieron con sorpresa. ¿Estaba... defendiéndome? ¿Después de todo?

—¡No digas tonterías! —replicó su madre, dando un paso al frente—. ¡Ella rompió el pacto! ¡Es impura!

—¡Harás lo que yo diga! —interrumpió Elion con fuerza, mirándola directamente—. El compromiso sigue en pie. No voy a dejar que una noche que ni siquiera recuerda arruine su vida. Ni la mía. Y si alguien más se atreve a hablar de esto fuera de estas paredes, lo tomaré como una traición personal.

La señora Taleyah palideció de furia, su rostro contraído por la impotencia. Sin decir una palabra más, giró sobre sus talones y salió de la casa como una tormenta contenida.

Me quedé de pie, en silencio, observándolo. Quise hablar, pero no supe qué decir, Elion me volvió a mirar, más suave esta vez.

—Te lo prometo, Julienne —susurró, apenas audible para los demás—. Voy a encontrar al bastardo que te tocó. Y va a pagar por lo que hizo.

Pero mi vida apenas empezaba a complicarse.

(…)

Una semana.

Eso fue todo lo que bastó para que mi mundo se derrumbara por completo.

Las miradas ya no eran las mismas. Donde antes encontraba amabilidad, ahora solo había desprecio. Murmullos ahogados me seguían por todos lados como sombras. Algunas omegas se apartaban cuando me veían. Otras me observaban como si yo fuera una enfermedad, una plaga dentro de los de mi gente.

‘‘Zorra’’

‘‘Traidora’’

‘‘Deshonra’’

Esos y otros comentarios eran arrojados por cada lugar que pasaba, y no quedó de otra que refugiarme en la soledad de mi habitación, ya que ni siquiera mi madre se atrevía a hablarme.

Lo peor no había llegado hasta este día que la noticia de mi embarazo recorrió cada rincón de la manada. La madre de Elion, me citó en el salón principal, lo supe: el juicio no había terminado, y quizás hoy mi vida terminara. Sentados frente a mí estaban los padres de Elion, el propio Elion, más distante que nunca.

—Debes agradecer la generosidad de nuestra familia —dijo con una sonrisa afilada—. El exilio era el castigo justo. Embarazada por otro que no es tu alfa. Una vergüenza para tu linaje.

Mi madre se mantuvo en silencio. Ni una palabra. Como si yo no valiera la pena defender.

—Pero, como muestra de clemencia, Elion ha pedido una sanción más leve —continuó ella, acariciando su pulsera de zafiros—. El encierro.

—¿Encierro…? —mi voz fue apenas un susurro.

—Pasarás el resto de tu gestación bajo supervisión, en una celda de aislamiento dentro de la Casa Norte. Hasta que el alfa que te montó dé la cara —añadió Elion, sin mirarme—. Y si no lo hace… ese cachorro será sentenciado a muerte…

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