Florencia – Villa Leone – Biblioteca privada – Madrugada.
La noche era silenciosa, demasiado. El crepitar suave de la chimenea apenas rozaba el aire espeso que envolvía la biblioteca. Greco estaba de pie junto a una de las estanterías, mirando el fuego sin verlo realmente, con una copa de coñac en la mano. Arianna entró descalza, con su bata de seda color marfil apenas ceñida al cuerpo. Sus ojos aún estaban brillantes tras la confesión de horas atrás.
—¿No puedes dormir? —preguntó en voz baja.
Greco no se giró. Solo alzó ligeramente la copa.
—No puedo dejar de pensar. No esta noche.
Ella caminó hasta él y le tomó la mano libre. Greco entrelazó sus dedos con los de ella.
—¿Es por Paolo?
Entonces, él finalmente la miró. Y lo dijo:
—Se escapó.
Arianna parpadeó, como si intentara entenderlo.
—¿Cómo...? ¿Cuándo?
—Hace unas horas. Mauro… fue quien lo liberó. —El tono de Greco era de rabia contenida, pero también de una profunda tristeza—. Lo chantajearon. Usaron a su esposa e hija. Pagó con