El eco de sus propios pasos revotaba en las paredes de la casa. Arianna caminaba como en trance, con las palmas sudorosas y una extraña presión en el pecho. Su cuerpo sentía el peso de los días que había pasado encerrada, curando las heridas físicas que Paolo le había dejado y ocultando las emocionales bajo capas de maquillaje y sonrisas falsas. El mundo a su alrededor se había vuelto borroso, frágil, como si una simple palabra fuera suficiente para hacerlo colapsar.
Ese día se había levantado con náuseas. Pensó que eran los nervios, el miedo a volver al teatro y a encontrarse con esas miradas inquisitivas que no sabían la verdad. Pero el malestar persistía, como un recordatorio cruel de algo más profundo. Fue en ese momento, frente al espejo, cuando su rostro pálido y la curva apenas perceptible de su vientre le gritaron la verdad: estaba embarazada.
Las palabras se le quedaron atascadas en la garganta. Paolo... Paolo era el único posible. Y no por amor, sino por imposición, por el a