El salón de gala vibraba todavía con la música suave de los violines, el tintinear de copas y el murmullo de capos brindando por nuevas alianzas. La Reina Roja estaba en el centro, de pie sobre el escenario. Su porte era majestuoso, su vestido carmesí se fundía con el brillo del oro que adornaba la mesa principal.
Alzó la copa y su voz grave, inconfundible, se impuso sobre todos:
—La fiesta continúa, mis aliados. Esta noche no es solo celebración, es el inicio de una nueva era. Oro legítimo para todos ustedes como garantía, contratos firmados al amanecer… y rutas abiertas hacia un futuro que solo los fuertes podrán disfrutar.
La multitud respondió con aplausos y vítores. Ravenna sonrió apenas, pero sus ojos buscaron algo más entre las máscaras.
—Señores… disfruten de la comida, del vino, de las mujeres y de la música. Yo tengo un asunto privado.
Bajó del escenario con un andar lento, como una reina entre súbditos, y sus ojos se clavaron en un punto: Greco y Arianna, sentados juntos.
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