La madrugada cedía su lugar al día con lentitud, como si el cielo mismo temiera lo que se avecinaba. En la mansión Leone, Greco terminaba de revisar las grabaciones donde Piero aparecía husmeando los documentos falsos. Su mirada era gélida, calculadora, y junto a él, Elio cruzaba los brazos, observando el monitor con tensión contenida.
—Mordió el anzuelo —dijo Elio, tras comprobar que Piero había salido por el acceso que ellos mismos habían dejado abierto.
—Y se lo tragó entero —respondíó Greco.
Ambos sabían que el tiempo era escaso. Marco y Miraldi pronto moverían sus piezas creyendo tener ventaja. Pero Greco ya había trazado un nuevo mapa de guerra, uno en el que los pasos falsos conducirían a un abismo real.
—Hoy nos infiltraremos de nuevo. Ésta vez, nos verán como otros. Quiero que entreguemos un mensaje, Elio.
—¿Críptico o directo?
Greco se giró hacia él con una mueca de media sonrisa.
—Quiero que piensen que la tormenta está en otro lado. Que ataquen a Vittorio desde sus puertos