Villa Leone — Mañana de cielo limpio
La casa amaneció con olor a pan caliente y a romero. El mar, al fondo, parecía una sábana bien tendida. En la galería, Greco practicaba caminar sin bastón: dos pasos, pausa, dos más. Arianna lo seguía con la mirada y con las manos listas, por si el león flaqueaba.
—No me mires así —gruñó con sonrisa—. Si tropiezo, me recoges y me besas, en ese orden.
—Te beso igual sin tropiezos —respondió Ari, acercándose para arreglarle la camisa—. Pero yo decido el orden.
Ramsés apareció arrastrando un cochecito y Victoria venía detrás, solemne, con una diadema torcida. Caminaban ya con ese bamboleo gracioso que no es del todo torpeza ni del todo maestría. Al ver a su padre, se detuvieron, como si reconocieran un rito.
—Pa-pá —dijo Victoria, tocándole la pierna con dos dedos.
—Pa —repitió Ramsés, y le entregó una flor “de contrabando” robada al jardín.
Greco se agachó despacio, sin orgullo herido, y sostuvo las manos minúsculas.
—Con ustedes a los lados —murmuró