La mañana estaba bañada por la luz dorada del sol que se filtraba por los ventanales de la nueva mansión. El desayuno se había dispuesto en la gran mesa del comedor: pan recién horneado, frutas frescas, café fuerte y una selección de quesos italianos que Nonna había mandado traer expresamente.
Nonna Vittoria, con su elegancia habitual y el bastón apoyado a un lado, esperó a que todos se sentaran antes de dar la noticia. A su lado estaba Lorenzo, con esa serenidad de hombre que sabe exactamente lo que quiere.
Nonna golpeó suavemente su copa con la cucharita. Todos voltearon hacia ella.
—Tengo algo que anunciarles, famiglia. —dijo con una sonrisa que iluminaba sus arrugas—. Después de tanto tiempo… después de tantas guerras… he decidido darme un regalo.
Greco arqueó una ceja, curioso. Arianna le tomó la mano debajo de la mesa.
Nonna respiró hondo, entrelazó sus dedos con los de Lorenzo y declaró:
—Lorenzo y yo… nos casaremos.
Un murmullo de sorpresa recorrió la mesa. Luciana dejó