C24: Si yo lo pienso así, es porque así será.
Askeladd, con su expresión imperturbable, no apartó los ojos del libro que hojeaba.
—Ragnar —pronunció—. Sabes que odio los rodeos.
Ese breve comentario bastó para que Ragnar entendiera que no debía andarse con preámbulos. Entonces, tragó saliva y se obligó a responder con franqueza.
—Gran Alfa… si esa hembra es realmente la loba roja, no puede quedarse aquí.
Fue entonces cuando Askeladd levantó lentamente la mirada del libro y la incrustó en Ragnar, y aunque no pronunció ni una sílaba, Ragnar sintió el impacto de aquella mirada, un golpe invisible que lo atravesó de pies a cabeza.
Sabía perfectamente que había entrado en terreno peligroso. Conocía de sobra el carácter del Alfa: no soportaba que alguien le dictara lo que debía hacer, ni que pusieran en duda sus decisiones. Para Askeladd, sus palabras eran ley, y punto. Nadie podía cuestionarlo sin exponerse a su ira. Y sin embargo, Ragnar, consciente del riesgo, no tuvo más remedio que tragarse cualquier vestigio de temor; no podía pe