Martín, de pronto, se tambalea apretando su pecho. Clío corre y lo sujeta, ayudada por mí. Susan y Enrico también corren junto a él. Mientras tanto, mi suegro no deja de mirar la pantalla de la computadora, donde el video sigue reproduciéndose y aparece un chico sonriente que es su viva imagen.
—¿Por qué no me lo dijiste antes, Leo? —me pregunta Clío, mirando también al chico. —En verdad, nunca hice la conexión de ella contigo, amor —me disculpé, mirando al joven que, en verdad, se parece mucho a mi esposa—. Creo que había olvidado cómo era. —Vamos ahora mismo a verla. Quiero verla, saber qué pasó. ¿Cómo es que está aquí y no en el cementerio, donde la enterré? ¿Cómo es posible eso? No entiendo nada —me pide mi suegro Martín. Mar