Suspiré, sabiendo que no podía detenerla. Clío seguía siendo la mujer de voluntad férrea que amaba, pero también sabía que tenía razón. Si seguíamos improvisando cada paso, el caos nos iba a devorar vivos.
—Ponerme a mí de señuelo —dijo muy seria. —¡No, no, y no! ¡Ni se te ocurra pensar que yo voy a estar de acuerdo con eso, Clío! ¡No y no! —Negué fervientemente. Clío cerró los ojos un momento ante mi reacción, que había sido exactamente lo que ella había esperado. Luego me miró con esa mezcla de ternura y determinación que podía desarmar hasta al más fuerte. —Leo, escucha —dijo con firmeza—. No lo propongo porque quiera ponerme en peligro sin razón. Lo propongo porque es lo único que tiene sentido ahora