Martín se quedó quieto, paralizado por la intensidad de la mirada de Clío. Su respiración era audible, cada vez más trabajosa, como si las palabras de su hija le estuvieran arrancando algo profundamente enterrado. Desvió la mirada hacia la pantalla. La imagen era borrosa, pero la figura en el video no mentía; era como si todos los recuerdos de su esposa hubieran regresado en un destello cruel e inesperado. Se aferró al borde de la mesa, buscando apoyo físico para el peso emocional que lo abrumaba.
—Es… —susurró, incapaz de terminar la frase. Pero luego aseguró—: Esa es tu madre, sin ninguna duda. ¿Qué hace en la casa de ustedes? Tengo entendido que ella, en esos años, estudiaba en Estados Unidos. Clío parpadeó varias veces, intentando procesar las palabras de su padre. Se apartó un poco de la pantalla con la mir