Entro a mi despacho apoyado en mi bastón, con un tabaco en la boca. Miro a mi asistente por un momento, tratando de decidir si preguntar o no. Al ver que sigue enfrascado en su trabajo en la computadora, me decido y le pregunto:
—¿Lograron por fin localizar dónde se encuentra? —Sí, sabemos exactamente dónde está, mire —dice alargándome unos papeles—, pero creo que nos va a ser difícil apoderarnos de ella. Martín está con ella, y no solo él. —¿Qué quieres decir? —pregunto enseguida, frunciendo el ceño. —Enrico y Susan —se detuvo un momento, pero luego agregó—: los que trabajaban para nosotros también los acompañan. Enrico y Susan. Dos nombres que habían sido una constante en mi pasado y que ahora parecían ser una piedra en el camino de lo qu