Sofía
Lo sabía. Algo no encajaba con Alexander. Al principio, me lo negué, convencida de que todo lo que me provocaba su comportamiento era solo una atracción peligrosa, algo superficial que podría manejar. Pero, cuanto más pasaba el tiempo cerca de él, más claro se volvía: había una faceta de él que nunca me había mostrado. Y no solo eso, sino que intentaba esconderla tan meticulosamente que no pude evitar querer descubrirla.
La curiosidad es una maldición, lo sé. Pero mi instinto me decía que no estaba imaginando las piezas que no encajaban. Algo oscuro se cernía sobre su pasado, y yo, inevitablemente, me estaba acercando a eso. Sabía que no debía preguntar, que debía mantenerme al margen, pero la necesidad de comprender lo que lo hacía tan distante, tan inalcanzable, comenzó a consumir mis pensamientos.
Así que comencé a investigar, con cautela, con discreción. Mis intentos eran sutiles. Lo hacía sin que él se diera cuenta, sin levantar sospechas. Primero, observaba los detalles: las conversaciones que evitaba, los nombres que desentonaban, las respuestas cortantes cuando surgía cualquier tema relacionado con su pasado. Pero fue durante una conversación aparentemente inocente con Marta, una de las asistentes más antiguas de la empresa, que comencé a juntar las piezas.
Marta era una mujer extrovertida, llena de historias de oficina, siempre dispuesta a hablar de todo y de nada. Me caía bien, aunque nunca dejé que me viera como alguien completamente confiada. Así que cuando me ofreció una taza de café en su despacho, no dudé en aceptarla, aunque no esperaba que la charla fuera a tomar un giro tan inesperado.
—¿Sabías que Alexander solía ser diferente cuando llegó aquí? —me preguntó, después de una pausa incómoda.
Mi corazón dio un pequeño salto. Algo en su tono me dijo que había algo importante detrás de esas palabras.
—¿Diferente en qué sentido? —respondí, tratando de sonar casual.
Marta miró hacia la puerta, asegurándose de que nadie estuviera cerca, antes de acercarse un poco más. Su expresión se suavizó, como si estuviera por contar un secreto. Mis sentidos se alertaron.
—Era… más joven, más accesible. Un poco más humano, ¿sabes? —dijo, con una sonrisa nostálgica—. Pero algo pasó. Nadie sabe exactamente qué, pero cambió. Ahora… bueno, ahora no es el hombre que todos pensamos que es.
Mis pensamientos comenzaron a acelerarse. Esa era la primera vez que escuchaba a alguien insinuar que Alexander no siempre había sido este hombre impenetrable, este ser que parecía tenerlo todo bajo control. ¿Qué había sucedido para que se convirtiera en lo que es ahora?
—¿Qué pasó? —pregunté, sin poder evitarlo. La curiosidad me estaba matando.
Marta dudó por un momento, como si estuviera evaluando si debía continuar o no. Luego, suspiró y habló en voz baja.
—No lo sé a ciencia cierta, pero sé que estuvo involucrado en algo… algo peligroso. Algo que le dejó cicatrices. Lo único que puedo decirte es que desde entonces se ha vuelto más cerrado, más… calculador.
Mi mente dio vueltas a esas palabras, y mi estómago se apretó. No me gustaba lo que estaba oyendo. ¿Qué era esa “cicatriz”? ¿Qué había ocurrido para que el hombre que tenía frente a mí, el hombre que me desbordaba de deseo y frustración, fuera el que era?
Mi conversación con Marta terminó de forma abrupta cuando alguien pasó por el pasillo y nos interrumpió. Me despedí de ella, con más preguntas que respuestas. Mi mente no dejaba de pensar en lo que acababa de escuchar. ¿Qué había pasado en el pasado de Alexander para que se convirtiera en este ser distante, casi inalcanzable? Y lo más importante: ¿debería seguir buscando? ¿Debería seguir acercándome a esa oscuridad que parecía acecharlo?
A la mañana siguiente, sentí el peso de mi decisión. Sabía que no podía dejarlo así. Tenía que enfrentarlo. No solo por mi propia paz mental, sino porque algo en su comportamiento, algo en su actitud, me decía que él no iba a ser tan fácil de descifrar. Y quizás, solo quizás, me estaba convirtiendo en una pieza de ese rompecabezas.
No tardó mucho en suceder. Como si el destino hubiera decidido ponerme a prueba, Alexander me convocó a su oficina con una frialdad que me heló el alma. Cuando entré, él estaba de pie frente a la ventana, como siempre, observando la ciudad, pero esta vez había algo diferente en su postura. No estaba tan seguro de sí mismo, algo en sus hombros estaba más tenso que de costumbre.
Me acerqué, tratando de mantener la compostura, pero mi corazón no dejaba de latir más rápido.
—¿Por qué preguntas sobre mi pasado? —dijo de repente, sin girarse a mirarme.
El tono de su voz no era el habitual. No había amenaza, pero sí había algo que me hizo detenerme.
—No… no entiendo de qué hablas —respondí, demasiado rápido, demasiado nerviosa.
Él giró lentamente, su mirada fija en la mía. No había ira en sus ojos, pero sí una intensidad que me hizo sentir expuesta.
—Sé que hablas con Marta. Sé lo que te ha dicho. —La forma en que pronunció esas palabras me hizo sentir atrapada, como si estuviera bajo su control, sin poder escapar.
Mi respiración se aceleró. Intenté mantenerme firme, pero algo en su presencia me hacía desmoronarme.
—Solo… estoy tratando de entenderte. No sé por qué, pero hay algo en ti que no encaja. Hay algo en tu mirada, en tu forma de actuar, que no me deja en paz. Y necesito saber por qué —dije, finalmente, dejando caer la máscara de indiferencia.
La tensión en la habitación aumentó. Él dio un paso hacia mí, tan cerca que sentí el calor de su cuerpo envolverme. Sus palabras llegaron bajo, peligrosas, como un susurro en mi oído.
—No deberías haber preguntado. No necesitas saber nada más. El pasado no importa. Lo que importa es ahora. —Su voz era baja, áspera, pero había algo en su tono que me hizo dudar. ¿Estaba intentando protegerme o estaba advirtiéndome?
Nos quedamos así, los dos paralizados en un enfrentamiento que no tenía respuesta. El deseo y la tensión se mezclaban, pero también el miedo. Sabía que me estaba acercando a algo que no podía controlar. Y, sin embargo, no podía detenerme.
Me di cuenta de que cuanto más me acercaba a Alexander, más oscuro se volvía el camino. Y tal vez, solo tal vez, esa oscuridad era lo que me mantenía pegada a él, a ese misterio que me devoraba por dentro. Ya estaba demasiado involucrada para detenerme. Y la pregunta que rondaba mi mente ahora era: ¿qué haría si no me gustaba lo que encontraba?
Pero no lo sabía. Porque ya no quería detenerme.