Alexander
Las viejas heridas no siempre sangran. Algunas se quedan ahí, cerradas a medias, esperando el momento perfecto para supurar veneno.
La llamada llegó a las 3:17 a. m.
Siempre a esa hora.
Siempre lo inesperado.
—¿Alexander Devereux? —La voz era suave. Femenina. Demasiado tranquila para lo que decía—. Ha llegado el momento. El pasado siempre vuelve. Y esta vez... quiere hablar contigo. O con ella.
Silencio.
Solo ese maldito zumbido en el oído.
Y el recuerdo de su rostro.
De ella.
Colgué sin decir una palabra. Me levanté del borde de la cama. Sofía no estaba. Hacía tres días que no hablábamos, que no respondía mis mensajes. Desde que voló a París, se convirtió en humo.
Ella había cambiado.
Y yo... también. Pero no como ella creía.
Caminé hacia el ventanal. La ciudad aún dormía, ajena a mis monstruos.
Pensé en Amanda Reyes.
En sus labios temblorosos el día que me hizo jurar que protegería a su hija. Que no revelaría nada hasta que todo estuviera listo.
—Si un día me pasa algo