Alexander
El dolor era sordo, constante, como un tambor de guerra golpeando en mi costado. La bala había rozado lo suficiente como para dejarme sangrando, pero no lo bastante como para matarme. No esta vez. Aunque, honestamente, había momentos en los que deseaba que el plomo me hubiera atravesado el corazón. Al menos así tendría una excusa para lo que dolía por dentro.
Sofía dormía en el asiento contiguo. Su rostro, incluso en reposo, estaba tenso. Como si incluso sus sueños fueran campos de batalla. Sabía que estaba agotada. Que cargar con la posibilidad de traicionar a alguien a quien amas, incluso bajo amenaza, es una herida que no cicatriza con facilidad.
Y aún así, no la culpa