Sofía
El sol del desierto se cuela entre las rendijas de la persiana del pequeño hostal en Marrakech. Me froto los ojos con torpeza, el cuerpo entumecido por el viaje de más de quince horas desde París y las pocas horas de sueño. Pero no hay tiempo para descanso. No ahora. No con todo lo que sé —o creo saber— flotando en mi cabeza como piezas sueltas de un rompecabezas sin sentido.
Tomo mi libreta del bolso. La vieja frase escrita en el papel anónimo sigue ahí, intacta:
"Donde la verdad arde, el arte muere".
Una de las muchas frases que mi madre solía repetir cuando creía que yo no la escuchaba. Solo ella lo