Sofía
El calor de Marrakech se sentía distinto esa mañana. No era solo el sol abrasador ni el aire denso que impregnaba cada rincón de la ciudad. Era algo más. Un presentimiento. Una electricidad latente en el pecho, como si el universo contuviera el aliento antes de gritar una verdad que cambiaría todo.
Mi móvil vibró sobre la mesa del café donde intentaba disimular los temblores de mis dedos con un espresso que sabía más a polvo que a café. Lo miré. Número desconocido.
—¿Hola?
Un silencio breve. Luego, una voz distorsionada, artificial.
—Tu madre está viva.