Sofía
Despertarse sin miedo es una forma de libertad que pocos saben apreciar… hasta que la han perdido.
Durante semanas, abrí los ojos sin tener que calcular estrategias, sin pensar en contratos, ni en si Alexander iba a aparecer con su mirada afilada y su lengua letal. No más juegos mentales. No más promesas rotas envueltas en palabras exquisitas.
Solo yo. Solo paz.
Y sin embargo…
La paz también puede doler. Porque cuando te acostumbras a vivir con el corazón acelerado, el silencio te golpea como un eco de lo que ya no tienes.
Pero me obligué a levantarme. Cada maldito día.
Me mudé a la casa de Irina, lejos del lujo, cerca de la tierra. Las paredes eran de madera y olían a historia. A verdad. Me inscribí en el programa de voluntariado de la fundación que siempre quise crear, una para mujeres como yo. Mujeres que sabían demasiado y aún así callaban. Mujeres que amaban fuerte, pero habían aprendido a soltar.
Me dediqué a diseñar, a soñar, a mancharme las manos de pintura y de propósit