Alexander
Hay un momento en la vida de todo hombre en el que entiende, con brutal claridad, que no puede tenerlo todo. Y ese momento me golpeó con la fuerza de una maldita tormenta cuando cerré la puerta de su apartamento vacío y sentí… nada.
Silencio.
Ausencia.
Despedida.
El tipo de silencio que se pega a la piel. Que te susurra que, por más dinero, poder o imperios que tengas a tus pies, hay una guerra que nunca ganarás si no estás dispuesto a arrodillarte.
Y yo, Alexander Volkov, el CEO de uno de los conglomerados más poderosos de Europa, estaba a punto de hacer justo eso: rendirme.
—Cancela la reunión con los de Tokio —ordené, sin mirar a Luc, que me seguía como una sombra detrás del escritorio.
—Es una fusión de mil millones de euros, Alexander.
—Que se fusionen con el infierno si quieren. Yo ya no estoy.
Lo vi fruncir el ceño. Nunca me cuestionaba. Pero esto no era solo una grieta en mi agenda. Esto era el colapso. La implosión de todo el castillo de cartas que había construido