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Sofía

Cautela.

Esa fue la palabra que marcó nuestro reencuentro.

No hubo fuegos artificiales. Ni besos robados. Ni promesas urgentes.

Solo café.

Sí, café.

Nos encontramos en una cafetería pequeña, de esas con luz cálida y olor a pan recién horneado. Yo llegué antes. Me senté en la mesa del fondo, donde podía ver la puerta, por si decidía huir. Por si el corazón me hacía una jugada sucia.

Pero no huí.

Él llegó cinco minutos tarde —lo cual me sorprendió— y traía flores. No un ramo fastuoso de rosas rojas como habría hecho antes. No. Traía un ramito de margaritas silvestres.

Y por primera vez en mucho tiempo, sonreí sin defensa.

—¿Sigues odiando las sorpresas? —me preguntó al dejar las flores sobre la mesa.

—No si vienen sin intención de manipularme —le respondí, cruzando las piernas y fingiendo una calma que no tenía.

Alexander sonrió. Pero no esa sonrisa de CEO encantador. Era otra. Más… humana.

Y ahí empezó todo.

De nuevo.

Pero sin máscaras.

Alexander

Me senté frente a ella con las ma
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