Sofía
Hay algo profundamente humillante en regresar con las maletas a cuestas a la casa de tu madrina como si fueras una adolescente corriendo de casa después de una discusión con mamá.
—¿Te peleaste con el CEO griego? —pregunta Irina, con esa mezcla de sarcasmo y cariño que siempre ha sido su marca personal.
—Ruso —corregí sin pensar, hundiéndome en el sofá de su sala como si fuera un campo de batalla donde por fin podía bajar el escudo. —Y sí. Me peleé con él. Me mentía en la cara y yo… yo ya no puedo más.
Ella me lanza una mirada de esas que incomodan porque no juzgan, pero tampoco te dejan esconderte. Irina fue bailarina de ballet, se retiró joven, y se convirtió en la única figura femenina en mi vida que no se dejó pisotear por un hombre. Tenía la elegancia de un cisne y el carácter de una tormenta eléctrica.
—¿Vino otra mujer a tu cama? —preguntó con voz neutra.
—No —respondí, y me dolió más de lo que esperaba admitirlo. —Pero había otra cosa. Algo oscuro. Algo que ocultaba como